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Los empelados reclaman que se les pague lo acordado en paritarias. Prefectura activó el protocolo antipiquetes y reprimió a los trabajadores con balas de goma y gases lacrimógenos.
Por orden de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, Prefectura Naval reprimió este viernes una protesta de trabajadores del frigorífico La Bella SA de Mar del Plata.
Después de que la empresa incumpliera con el acuerdo salarial alcanzado en paritarias, al menos 80 trabajadores se manifestaron frente al frigorífico y fueron dispersados por las fuerzas de seguridad federales, que lanzaron sobre ellos balas de goma y gases lacrimógenos.
“Lo que se está pidiendo es que se pague el monto firmado”, explicó uno de los trabajadores a C5N en medio del fuerte operativo desplegado por Prefectura.
#MarDelPlata #Puerto #Prefectura #Frigorifico
— 0223 (@0223comar) February 14, 2025
Tensión, gases y desalojo de Prefectura en un frigorífico del Puerto
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Debido al corte de calle y la presencia de los trabajadores en la puerta de la empresa, los efectivos de Prefectura Naval resolvieron activar el protocolo antipiquete.
“Esperemos que se puedan retirar y si no se aplicará lo que está escrito. Hay una flagrancia y un delito. Ya se le dio aviso a la Fiscalía y al Juzgado”, explicó el encargado del operativo represivo.
“Le tiraron a mi mujer y mi hija. Estamos reclamando nuestros sueldos. ¿Por qué no se meten en los barrios donde nos matan y nos cagan a palos para ir a trabajar”, explicó un empleado a C5N.
Desde la empresa aseguran que no dan los costos para pagar los sueldos. Los dueños de la empresa acordaron una reunión para intentar resolver el conflicto, pero exigen que se retiren del lugar los medios de comunicación que lo están cubriendo.
Lo adelantó el vocero presidencial, Manuel Adorni, que aseguró que "la privatización de las empresas publicas es irremediable".
El vocero presidencial Manuel Adorni anunció este viernes que ya comenzó el proceso de privatización de Corredores Viales S.A., empresa pública que se encarga de la gestión de la infraestructura y el tránsito de casi 6.000 kilómetros de rutas y autopistas. “Será bajo la modalidad de concesión obra publica por peaje”, adelantó y agregó que “la privatización de las empresas publicas es irremediable”.
La Oficina del Presidente emitió un comunicado en el que asegura que a pesar de que en Argentina hay rutas y autopistas gestionadas por el sector privado, anteriores gobiernos se empecinaron en sostener esta empresa estatal deficitaria que le costó al país, aseguraron, solo en 2023 unos $301.000 millones.
— Oficina del Presidente (@OPRArgentina) February 14, 2025
“A partir de este modelo se va a promover el desarrollo de obras de infraestructura a través de la participación del sector privado que se va a encargar de ejecutar las obras y gestiones necesarias a su propia cuenta y riesgo a cambio del derecho de exigir el cobro de un peaje a los usuarios”, completó.
“Relevamientos realizados por este Gobierno detectaron que hay 3.400 kms de traza, 45% de toda la red vial argentina, que siendo gestionados por esta empresa no se encontraban en condiciones óptimas para la circulación vehicular”, añadió.
El mismo comunicado advierte que existe “una clara muestra que la administración estatal de la red vial no funciona, y que no es el rol del Estado la gestión de las autovías”. También se aclaró que desde ahora, gracias a este proceso, será el concesionario el que tendrá que realizar las obras necesarias a fin de conseguir el derecho de cobro de peaje.
Adorni dijo que a partir de este modelo se va a promover el desarrollo de obras de infraestructura a través de la participación del sector privado, que se va a encargar de ejecutar las obras y gestiones necesarias a su propia cuenta y riesgo, a cambio del derecho de exigir el cobro de un peaje a los usuarios. “Se terminó la patria contratista donde subían los peajes y las rutas se caían a pedazos”, dijo.
Actualmente, Corredores Viales S.A. se encuentra a cargo de 10 tramos de autovías en las provincias de; Santiago del Estero: Tucumán: Salta; Jujuy; Chaco; Buenos Aires; Corrientes; Misiones; San Luis; Córdoba; Santa Fe y Mendoza. Además, también administra el Acceso Riccheri a la Ciudad de Buenos Aires.
Según se anunció, será la Agencia de Transformación de Empresas Públicas (ATEP), dependiente del Ministerio de Economía, la encargada de ejecutar los procedimientos de selección para la celebración de los contratos de concesión de obra pública. También, de la disolución y posterior liquidación de los corredores viales una vez adjudicados y perfeccionados los contratos de concesión con las empresas que resulten seleccionadas.
Entre esas acciones, promoverá la extinción por mutuo acuerdo de los contratos de concesión vigentes de 10 tramos asignados a Corredores Viales, la ejecución de los procedimiento de selección para la celebración de los contratos de concesión de obra pública sobre los corredores, la disolución y posterior disolución de Corredores Viales, una vez adjudicados y perfeccionados los contratos de concesión con las empresas que resulten seleccionadas.
Según el Gobierno, el sector privado va a encontrar mejores mecanismos para la subcontratación de las obras, sin las restricciones que significa la ley de obra pública.
Con información de la agencia NA
Libros, series, películas y un montón de cosas de las que aferrarse en medio del desconcierto.
El monstruo de la cama, series de febrero
Uno. El primer no es rotundo: me niego a ver el muy comentado reencuentro entre Meg Ryan y Billy Crystal para recrear la también muy comentada escena del orgasmo de Cuando Harry conoció a Sally. Mi teléfono insiste con algunas imágenes, los diarios que chusmeo en la computadora también me ofrecen notas con títulos llenos de preguntas (qué le dijo, por qué se reunieron, en qué emblemático restaurante fue el encuentro, y así). Parece que todo se armó para el comercial de una mayonesa, pero hasta ahí llego. No quiero saber más porque me enoja. No me gustan las versiones forzadas de esos personajes magistralmente escritos por Nora Ephron, esa manipulación del recuerdo, ese extractivismo desangelado. Sin embargo una inquietud se instala, algo me tironea. El no, como apuntamos alguna vez acá, puede ser un arma contundente, pero también un vaivén.
Dos. El segundo no es un boomerang: me meto a todas las plataformas que tengo en la tele, voy como una zombi hambrienta recorriendo el menú de cada una de ellas con esa fe medio extraña de dar con algo que me rescate, aunque sea por un rato. En ninguna encuentro Cuando Harry conoció a Sally (teléfono para la gente que se dedica a esas cosas o que está atenta a los calendarios y tiene marcado San Valentín esta semana: no va a poder ser). Arrastrada tal vez por la fórmula similar –dos nombres en el título, algo parecido a una promesa–, termino mirando una película que se llama Matt & Mara (está en Mubi abajo les cuento más). El relato podría entrar en la difusa categoría de comedia romántica, aunque veo por ahí que algunos críticos la ubican con el rótulo de comedia dramática. En cualquier caso, hay diálogos graciosos aunque sin estridencias, hay enredos románticos y también escenas tristes. Pero el asunto, como casi siempre, es el amor. Es que la película narra el reencuentro de dos escritores –ella más retraída y volcada a la docencia, él más farolero en su rol de autor publicado y parlanchín– que evidentemente tuvieron alguna conexión en el pasado. A diferencia de las historias clásicas del rubro como la mismísima Cuando Harry conoció a Sally, al seguir a Matt y Mara no vamos a ver una progresión, ni un in crescendo en el vínculo, sino una pasión soterrada que hay que ir desandando. Y aunque hablan un montón –él, sobre todo, un bocón incontenible– y se dedican nada más y nada menos que a la palabra, se esfuerzan buena parte de la película por eludirla. Eso que no dicen, entonces, es lo que brilla por su ausencia y no deja de atraerlos. O de llevarlos al estado de pregunta que viene adherido a cualquier historia de amor. La intriga primigenia, la más humana, la más fatal: ¿me querrá? Sin embargo, lejos de las respuestas, de las declaraciones desgarradas, de los gestos pomposos, lo rutilante del deseo resplandece en la elipsis. El no es, ante todo, un imán.
Arranca una nueva edición de Mil lianas. O no. O, bueno, sí, por ahora, por acá.
1. Matt & Mara, de Kazik Radwanski. Mara es pausada, tímida, vive metida para adentro. Matt es sociable, extrovertido, puro ruido. Después de no verse por un tiempo –él vuelve a Toronto tras una temporada en otro país–, Matt pasa por el trabajo de Mara a buscarla. Los dos son escritores y eso parece unirlos de alguna manera. Pero, al menos al principio, no hay claridad en el vínculo aunque los dos se refieren al otro como “mi amigo”. Sin embargo Mara, que está casada y tiene una hija, no habla de Matt con su esposo y Matt, por su parte, prefiere la elipsis y no revelar demasiado de su estatus sentimental cuando está con ella.
Entre idas y vueltas, risas, paseos urbanos –no hay comedia o drama romántico sin caminatas, sin enredos que pasan, antes que nada por los pies– y reuniones sociales en un circuito de escritores y docentes, por un asunto laboral de ella los dos deberán emprender un viaje en auto juntos fuera de la ciudad. Algo de la misteriosa unión empezará, entonces, a revelarse. A desarmarse, de a poco, como en un deshielo.
Pequeña, tenue, rohmeriana (hay varios guiños al cine del director francés, que se anudan en la escena final con la imagen de un libro que lleva su nombre), esta muy buena película del realizador canadiense Kazik Radwanski elige plantarse desde el diálogo con un seguimiento delicado de las contradicciones sus protagonistas. Dos personajes perdidos, pendulares, que no terminan de entender lo que sienten. Dos personas que, aunque hagan el intento, son motor y al mismo tiempo presa de sus palabras y sus silencios.
La película Matt & Mara está disponible en Mubi. En este enlace, otros lanzamientos que llegan al streaming en febrero.
2. Selva Almada. “Decía que nunca había tenido un alumno tan mal escritor como él cuando empezó a escribir. Quizá por eso su método era una pedagogía amorosa: sacar del peor relato algo bueno para decirle al autor, estimularlo, generar una relación de confianza que con el tiempo, permitiría avanzar más profundamente en los problemas del texto. Siempre decía: el que se queda, gana”. Con esas palabras, que quedaron plasmadas en el prólogo de un libro póstumo de Alberto Laiseca, definió la escritora Selva Almada la particular mecánica que el autor de Los sorias desplegaba en sus míticos talleres literarios.
Algunos se quedaron durante años, como la propia Almada, y siguieron al escritor primero en el Centro Cultural Rojas, de Buenos Aires, y más adelante en los encuentros semanales de lectura y escritura que ofrecía en sus distintos domicilios. De hecho ella misma llevó al taller los borradores de lo que serían luego sus reconocidos libros El viento que arrasa, Ladrilleros o Chicas muertas. Varios se convirtieron en discípulos de Lai, como lo llaman con cariño, y, hacia el final de su vida, en personas de su confianza que lo visitaban, lo acompañaban a algunas actividades públicas y hasta lo ayudaban con algunas gestiones domésticas.
Alberto Laiseca murió en diciembre de 2016 y algunos de los asistentes a los talleres siguieron en contacto entre ellos y con Julieta Laiseca, la hija. De esa unión surgió, en 2023, Hybris, una recopilación de textos desperdigados –entre otros las novelas Sindicalia y La puerta del viento– que rescataron entre los papeles personales del escritor y que publicó Random House. Fue a partir de ese trabajo que surgió, poco después, la idea de intentar hacer un retrato colectivo del hombre al que admiraban. Así surgió el flamante Laiseca, el Maestro (Random House, 2025), un retrato íntimo y colectivo a cargo de Rusi Millán Pastori, Guillermo Naveira, Sebastián Pandolfelli, Natalia Rodríguez Simón y la propia Selva Almada. La publicación está firmada por Chanchín, que era el apodo que el escritor usaba, indistintamente, con sucesivos alumnos. Hace unos días pude entrevistar a Selva para hablar sobre este libro y también sobre otros asuntos. Pueden leer la nota por acá.
La entrevista con Selva Almada a propósito de la salida de Laiseca, el Maestro (Random House) se puede leer por acá. Otras novedades editoriales de febrero, en este enlace.
3. Martín Prieto. Entre mis lecturas recientes, rescato un texto con mucho no que me atrajo especialmente. Lleva como título Un poema no es una noticia, lo escribió el poeta, ensayista y docente Martín Prieto y salió en Revista Crisis. Transcribo apenas el comienzo, el resto lo leen por acá.
“En el campo específico de la literatura, eso que llamamos ‘nuevo’ o ‘lo nuevo’ está sujeto a dos precisiones que me gustaría recordar. Una, la famosa frase que Ezra Pound escribió en su libro El ABC de la lectura, de 1934: ‘La literatura es una novedad que SIGUE SIENDO una novedad’. La otra, pronunciada medio siglo más tarde por el poeta argentino Edgar Bayley, en una conversación con un joven poeta, de quien había leído, imaginemos, en los años 1980 o 1990, en Buenos Aires, en algún bar, o en algún centro cultural, un poema. Bayley, que era muy estricto con sus gustos y entusiasmos, se acercó a felicitarlo. Y el joven que ya había leído ese mismo poema en una tendida anterior, donde también había estado Bayley entre el público y ya lo había felicitado, le dijo al maestro pensando que tal vez no lo recordaba: ‘Pero usted ya conocía este poema’. Y Bayley —como Pound— le contestó: ‘Un poema no es una noticia’”.
Banda sonora. Otro que dijo no –en este caso, a cargarse de tareas mientras está de vacaciones– es Gustavo Álvarez Núñez, amigo de esta casa virtual (si todavía no lo tienen entre sus favoritos, ahora mismo es un buen momento para suscribirse a su newsletter Bailando sobre una telaraña, una selección musical divina cada semana que le da una vuelta de tuerca al algoritmo. Es por acá. También pueden leer su columna quincenal en el diario. Se llama Soy parte del mar y ahí conversa con personajes del periodismo de rock de Argentina. La encuentran acá).
Pero decía que Gustavo dijo que no, que en la última edición de su newsletter decidió no subir una lista nueva sino compartir, remozada, una selección musical llamada Canciones conocidas en versiones no tan conocidas que es preciosa (la encuentran en este enlace). Ahí se cruzan, entre muchos y como intérpretes de temas inesperados, David Bowie, Suzanne Vega, The Specials, Isobel Campbell, Sonic Youth y más. De ahí tomé algunas canciones que se suman esta vez a nuestra banda sonora compartida. Las escuchan, como todos los viernes, por acá.
Bonus track. Un planazo para quienes estén por Buenos Aires. Del 14 al 23 de febrero se podrá ver una retrospectiva integral dedicada al cineasta ruso Andréi Tarkovski. El ciclo, una oportunidad única de acercarse a la filmografía de un realizador genial, tendrá lugar en la Sala Lugones, del Teatro San Martín (Corrientes 1530, CABA).
“La Sala Lugones abre la temporada 2025 con un ciclo integrado por los siete largometrajes que le dan forma al núcleo de la filmografía del gran realizador ruso Andréi Tarkovski, en copias en su mayoría enviadas desde Moscú y restauradas por los legendarios estudios Mosfilm. El programa incluye grandes clásicos como La infancia de Iván, Solaris, Stalker y Andrei Rublev”, señalan los organizadores. Por acá pueden ver más detalles sobre las películas y las funciones.
¡Hasta la próxima!
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El duelo de los padres no ocurre solo al final de sus vidas, sino que comienza mucho antes, cuando sus hijos inician su camino hacia la salida del ámbito familiar.
El duelo de los padres no es algo que se dé en el final de sus vidas, sino que comienza mucho antes. Un primer duelo de los padres se da en la juventud, en la medida en que empezamos a realizar elecciones exogámicas. Dicho de otra forma, un joven que empieza a transitar el camino hacia la exogamia, o sea, que sale del ámbito familiar, comienza a vivir en un mundo en el que los padres ya no son el horizonte ni el referente último de las cosas.
La influencia del modo de vida familiar en uno, su carácter prescriptivo, es mucho más profundo de lo que nos imaginamos. Es decir, el adolescente puede rebelarse, pelearse con los papás, pero todo eso es espuma, es la superficie del vínculo. En su dimensión más profunda, cualquier hijo adoptó un modo de vida propio de una estructura familiar. Y esa estructura familiar determina, marca, separa, deslinda lo posible de lo imposible. En este punto, como mencionaba, el adolescente empieza a ver. Más que ver, porque los niños ya ven. De hecho, los niños pequeños muchas veces lo dicen: “En la casa de mi amigo se come así”, por ejemplo. Incluso, hacen reclamos: “¿Por qué a mi amigo lo dejan hacer esto y vos a mí no? ¿Por qué en su casa después de comer van a la pileta y vos nos decís que nosotros no podemos, que tenemos que esperar a hacer la digestión?”. Siempre se trata de cuestiones sin demasiada importancia, pero el papel prescriptivo de esas cuestiones es enorme.
Entonces, los niños lo ven, pero no les toca vivir algo diferente. Creo que, justamente, la adolescencia es el momento en el que, en primer lugar, a alguien le toca duelar el modo de vida que recibió de su familia. No obstante, muchas veces no lo es. En efecto, yo puedo pensar, por ejemplo, en algo que corroboré a lo largo del tiempo: en muchas personas con una gran dificultad para establecer pareja, esa dificultad no tiene que ver con la superficie psíquica de una circunstancia determinada, como que no le gusta nadie, que los varones se borran, que las mujeres son así o asá; tiene que ver con algo relacionado con el duelo del modo de vida juvenil, o sea, con poder plegarse a otro modo de vida.
En este punto me gusta una frase que planteaban los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari, cuando ellos afirmaban que conocer a alguien es conocer un mundo. Nadie conoce a nadie si no está dispuesto a vivir en un mundo distinto. Con esta idea, ellos rompen con el prejuicio de creer que conocer a alguien es saber cómo es el otro. Pero, en realidad, al conocerlo lo único que puedo saber es lo que uno proyecta en el otro, uno se conoce más a sí mismo. Conocer a alguien, dicen ellos, es habitar el mundo del otro.
Ahora bien, para cualquiera, que hasta su juventud organizó su vida en función de cierto modo de vida familiar adquirido, empezar a vivir con alguien es sumamente difícil. Y no me refiero a convivir en una pareja, sino a simplemente irse de vacaciones o pasar un fin de semana juntos. Repito, en muchos casos de personas con dificultades para establecer pareja estable y para poder consolidar un vínculo, yo me encontraba con que les era muy complicado vivir con otro. Tenían más de treinta años, tal vez empezaban a verse con alguien, y no toleraban la convivencia más de tres días. Sentían que el otro lo desordenaba, tenían una dificultad muy grande para compartir el mundo extraño.
El apego irrestricto a un modo de vivir, por lo general, tiene que ver con el que uno recibió de su familia de origen. Uno no es más maduro cuanto más sabe lo que quiere; sino en función de una mayor disponibilidad para habitar mundos posibles, mundos de otros, mundos extraños. Y un apego demasiado irrestricto al modo de vida personal, lejos de ser un acto de determinación, es una forma defensiva y una conservación del modo de vida que uno recibió. Tengo un amigo que acaba de hacer una operación inmobiliaria y tiene que escriturar una propiedad. Se le plantea el problema con el escribano de la familia, porque él preferiría otro, pero todos trabajan con él, y también es la garantía de que va a salir todo bien, esa referencia familiar se juega psíquicamente al nivel de la fidelidad.
Esta fidelidad familiar puede tener que ver con otras cuestiones, como el barrio donde vivir: para algunas personas, es un movimiento psíquico importante el vivir en un barrio distinto a aquel en el que se criaron o lejos de él. O el tipo de colegio, también. La rebeldía puede ser que alguien decida no mandar a sus hijos a colegios católicos, como sus padres hicieron con él; en este sentido, se rebela contra un ideal. Pero toda esa rebeldía es de espuma, porque alguien puede conservar una absoluta fidelidad en relación, por ejemplo, con el jabón de lavar la ropa, puede elegir la misma marca que elegía la mamá. Lo que quiero ubicar es que, en la adolescencia, la rebeldía es la punta de un iceberg, que muestra que es simplemente el modo de tapar una fidelidad extrema, que solo se pone a prueba no rebelándose contra los padres. Se pone a prueba viviendo con otros, y con la posibilidad de hacerle lugar al otro en la vida.
Esta es la primera instancia del duelo, en la que ya no es que veo que hay un mundo distinto, que hay familias que hacen cosas de otra manera, sino que estoy dispuesto a vivir una vida diferente. Por eso es tan importante la juventud. Es paradójico, porque uno duela a los padres cuanto más los lleva adentro. La muerte de los padres no es el sacrificio de estos, que no existan más, sino no depender de su existencia real. Pienso, por ejemplo, en aquellas personas que, a pesar de los años, necesitan hablar con los papás todos los días, personas que ya son independientes, que tienen sus propios ingresos. No se trata de la dependencia económica, porque alguien puede necesitar el dinero de los padres y, sin embargo, que eso no vaya de la mano con la dependencia de la existencia real. Incluso, puede ser que esa dependencia se juegue o se dé en alguien que no habla jamás con los padres. De lo que se trata es de si alguien está preparado para vivir en un mundo en el que estos no estén.
¿Yo puedo vivir en un mundo en el que no estén esas prescripciones? ¿Puedo vivir en un mundo que no se continúe a través de mí? En realidad, esa es la solución: menos dependo realmente de ellos cuanto más su mundo –no ellos– continúa a través de mí. Por eso, en última instancia, puedo aceptar la muerte real de mis padres. Cuando esta llega, en cierta medida, lo esperable es que alguien simbólicamente haya podido aceptarlo. Y relaciono esto con algunas situaciones bastante comunes en la actualidad.
Hoy la medicina tiene la capacidad de hacer que la vida se estire y, muchas veces, llegado el momento en que un padre o una madre están internados y están mal, para algunas personas es muy difícil tomar la decisión de dejarlos ir. Si el médico es profesional y piensa en términos estrictamente de su disciplina, va a proponer recursos para estirar la vida. Y uno se puede preguntar: ¿con qué sentido hacerlo, si la condición es estar enchufado? Pero a veces este deseo de prolongar la vida de los padres de esta manera habla más de lo no elaborado.
Recuerdo el caso de una mujer cuya madre estaba internada. Su situación era grave, y el médico les preguntó a ella y a sus hermanos qué deseaban hacer. Ella había decidido dejarla ir, pero uno de los hermanos se negó, decía: “Yo no puedo tomar esa decisión”. Y el médico le estiró la vida a la madre, incluso quizás hasta con sufrimiento para esa mujer. Pero es que uno puede tomar la decisión de que un padre muera, pero solo si no siente que lo está matando. En esos casos, es común que nos sintamos mal de desear que se mueran. Por ejemplo, mi mamá está internada hace tres meses y yo me encuentro pensando: “Ojalá llamen de la clínica para decirme que ya está” y, al mismo tiempo, siento una culpa tremenda. Por supuesto que es muy distinto desear que alguien muera como forma de finalizar el sufrimiento que el acto agresivo de representar la muerte de alguien como si fuera una especie de venganza o acto hostil.
Y aceptar la muerte de los padres va a depender de que yo haya elaborado a lo largo de mi vida mis impulsos edípicos tempranos, que yo no siga siendo un niño que está fantaseando la muerte de los padres como frustradores o privadores. En la próxima columna plantearé la misma cuestión, pero desde el punto de vista de los padres –cuando les toca dejar ir a los hijos.
LL/MF
Hay una cosa que el desamor gatilla, una recompensa que ofrece y yo no quisiera que mi hijo ignore: la solidaridad entre los derrotados, la comunidad organizada de los corazones abollados. Todos podemos ser el próximo arruinado.
La noche que mis viejos cumplieron 50 años de casados la conmemoración fue sencilla, sin estridencias ni coreografías celebratorias. Mesa chica familiar, hijos y nietos; asado a la luz de una preciosa luna, bajo pinos susurrantes y a pocas cuadras del mar. A la hora del brindis con burbujas, miré a mi viejo a los ojos, golpeé teatralmente la mesa y muchísimo más en serio de lo que parecía, quise saber.
–Bueno, pá. ¿Cuál es el secreto?
–¿Qué secreto?
–50 años juntos, viejo. Cómo se hace. Sos médico, dame la receta.
Ulises siempre se tomó su tiempo para todo. Así que resopló cabizbajo, miró un rato la copa semivacía como quién va de cacería a los recuerdos, sonrió esquinado y después, acariciando el hombro de su esposa, sencillamente dijo:
–Cariño y resignación.
Suena, lo sé, a humorada tribunera de varón rancio. Nada de eso, lo juro. Mi viejo no fue jamás, ni por un instante, miembro de ese insoportable club de los “lajabru”, ese Rotary de esposos fofos que en vestuarios y sobremesas se autofestejan sarcasmos penosos acerca de sus irremediables matrimonios avinagrados. Muy por el contrario, la devoción de mi viejo hacia su mujer fue la piedra basal de su existencia. La amó más que a nadie en su vida, incluyendo a sus hijos. Por eso su respuesta me pareció sabia, genuina e insospechable de mezquindad. A los 70 años, imagino, el cariño es el puerto donde tiran el ancla las personas que cabalgaron juntas tormentas y tifones. Y se resignan, cómo no hacerlo, a entender que el amor no es un asunto espléndido, sino más bien un hermoso malentendido.
Hace un par de semanas, en otra tertulia de verano bajo las estrellas, mi hijo también habló del amor. Dijo que no está en sus planes. Que de los 20 a los 30 planea conocer gente y elegir a alguien después, sin ningún apuro. Me dio ternura su fe en sí mismo como comandante de su destino amoroso. Su generación tal vez imagine el amor como un videojuego inofensivo, un PES donde armas el dream team adecuado y elegís el nivel de dificultad que te permita ganar, golear y gustar. Pero la ternura dio paso al Viejo Vizcacha y ahí nomás sentí que mi deber paterno era cachetearlo.
–Hijo, te van a llenar la cara de dedos.
Me miró alarmado, como si me hubiese convertido en un patova de Crobar.
–¿Quién?
–Las chicas. O los chicos, lo que sea que prefieras. La vida, bah.
–¿Por?
–Porque el amor es un Scania que viene de frente, en una ruta hecha mierda, con una sola luz. Vos hace los planes que quieras, pero agarrá fuerte el volante.
Mi hijo tiene un padre que suele ponerle metáforas a casi todo, en general sin mucha destreza. Pero en fin, es parte fundamental de un oficio que pagó sus colegios y ahora sus tarros de creatina, así que lo lamento por él, pero debe soportarlas.
–Bueno, pero a mí me parece que a mi edad lo mejor es eso: conocer lo más que se pueda, ir descartando lo que no te gusta y desp…
–Hijo, van a descartarte a vos también. Mucho.
–…
–Mucho.
Se quedó callado. Y yo espiando a contraluz su primer atisbo de bigote, su sombra de barba a estrenar, decidí callarme también. Soy un cincuentón, pensé; un nuevo viejo que escribió demasiadas cancioncitas de amor que terminan pésimo, un melancólico serial aficionado al cinismo. Pero no tengo derecho a ser un aguafiestas. Podría, supongo, avisarle que las decisiones más rotundamente estúpidas de la vida suelen tomarse en estado de enamoramiento. Decirle que dicen que amar es darle lo que no tenés a quien nunca te lo pidió. Advertirle que va a rifar el hígado y la dignidad por personas a las que, un tiempo después, se cruzará en una fiesta y apenas recordará sus nombres. Que nadie es de nadie, excepto en las pelotas paradas. Contarle que Schopenhauer dijo que el amor es una intoxicación metafísica, que Romeo y Julieta fueron dos cachivaches, que hay una canción de Tonino Carotone que se llama “Me cago en el amor” que debería agregar a alguna de sus playlist. Podría atiborrarlo con esas y otras giladas sentenciosas y entonces simular que lo estoy cuidando, que su papá es el mejor sparring que puede tener antes de subirse al ring de los desengaños.
Mejor, no. Mejor que escale por su cuenta el Aconcagua que sepa conseguir. Porque, además, de nadie sospecho más que de la gente ilesa.
Desconfío hasta las muelas de los que nunca estuvieron desesperados, rotos, con fractura expuesta por cuitas del corazón. Si el amor no te cagó a bifes dos o tres veces en la vida sos un eunuco emocional. O bastante peor, un farsante.
Hay otra cosa que el desamor gatilla, una recompensa que ofrece y yo no quisiera que mi hijo ignore: la solidaridad entre los derrotados, la comunidad organizada de los corazones abollados. Todos podemos ser el próximo arruinado. Todos somos o seremos excombatientes y ahí se ven los pingos, o mejor dicho, los camaradas. Ojalá mi hijo los encuentre.
Es probable que el amor sea la hipérbole definitiva, una desmesura a la que uno a los 50 años le discute el precio y a los 70 le arrima el pastillero del cariño y la resignación. ¿Pero a los 20? Que haga como decía Discepolín: que ame sin presentir.
Y que llene varias copas y brinde por lo que nunca será.
IN/DTC