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La Libertad Avanza se entusiasma con reabrir el debate en extraordinarias de Diputados en febrero. Aún resta definir entre la eliminación o la suspensión, donde será clave la oposición. Hay divisiones en las fuerzas de Cristina y Macri.
Los vientos políticos empezaron a cambiar y Javier Milei se prepara para discutir su reforma más de “casta” hasta ahora: la eliminación de las PASO. Luego de dos intentos fallidos, el gobierno libertario se entusiasma con que la tercera, de la mano del peronismo y los gobernadores, será la vencida. El PRO, incluso, comenzó a enviar señales de que acompañaría una iniciativa que, en la práctica, centralizará el cierre de listas en muy pocas manos, con Karina Milei, Cristina Fernández de Kirchner y los gobernadores a la cabeza. Si todo falla, aún queda una carta, la alternativa salomónica definitiva: la suspensión para 2025. Y después se verá.
Fue el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, el que tiró la primera piedra cuando faltaban apenas unos días para que venciera el período de sesiones extraordinarias en el Congreso que nunca fue. Un plazo que existió, brevemente, solo en la cuenta de Twitter del vocero presidencial, Manuel Adorni. Tomando el argumento del ahorro fiscal –U$S150 millones de dólares, según estimaciones del funcionario–, Francos anunció que el gobierno volvía a perseguir el sueño de la eliminación de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias. Y que no le importaba que coincidiera con un año electoral: hasta mayo, fecha límite para presentar las listas, hay tiempo.
Las fichas empezaron a ordenarse. En el despacho de Martín Menem se empezó a hablar de extraordinarias a finales de febrero. Semanas antes, nadie cercano al riojano quería saber algo con sesiones extraordinarias: sostenían que los votos del peronismo no estaban asegurados y que, con el rechazo de Mauricio Macri y del radicalismo, las posibilidades de conseguir una mayoría especial eran nulas. Poco después llegó el anuncio de Jorge Macri –el viernes que pasó– que terminaría dando un vuelco total a las expectativas oficialistas.
El jefe de gobierno porteño, luego de informar el desdoblamiento de las elecciones locales de las nacionales, reveló que había hablado con Francos y que le había expresado su apoyo a la supresión de las primarias a nivel nacional. El giro en su postura, que presupone un aval silencioso del primo Mauricio, cambió el panorama. Los dirigentes del PRO que lo habían escuchado empezaron a blanquear que no eran pocos los que acompañaban la idea de suspender, no eliminar, las PASO para 2025.
“No vamos a tener una posición muy diferente al gobierno de la Ciudad”, adelantó una autoridad del PRO muy cercana al ex presidente. En el bloque que preside Cristian Ritondo calculan que al menos la mitad de los diputados amarillos estarían dispuestos a acompañar la suspensión de las PASO. La otra mitad, mientras tanto, todavía insiste para que se elimine sólo la obligatoriedad, una propuesta de María Eugenia Vidal de convertir las PASO en PAS y que no convence a Milei.
Si bien el acuerdo electoral Macri-Milei está aún lejos de concretarse, en LLA observaron el movimiento de Jorge Macri como un aval implícito del PRO a eliminar las PASO. “El PRO ahora no puede quejarse si las eliminamos”, advierte un dirigente libertario con terminales en el “triángulo de hierro” de Casa Rosada. La expectativa en el oficialismo es que, con Macri o sin Macri, un sector del partido amarillo acompañe. Y una vez que eso suceda podrán abocarse a lo que realmente necesitan: los votos del peronismo.
La matemática del Gobierno es sencilla: a los votos propios –unos cuarentena, entre libertarios, satélites aliados y el fiel cuarteto radical mileísta– se le suman los mandatarios provinciales. Río Negro, Misiones, Salta, Tucumán, Catamarca, sí, pero también los distritos conducidos por el peronismo –como La Rioja o Santiago del Esterio– y varios radicales.
Con los gobernadores, que siempre se sintieron más cómodos manejando la lapicera y cerrando las listas a piacere, Milei se aseguraría una base sólida para avanzar con la eliminación de las PASO. Pero para estar seguro necesita que la mayoría de Unión por la Patria –fundamentalmente el cristinismo y el massismo– acompañe. O que al menos no obstruya.
El bloque que comanda Germán Martínez aún no abrió el debate interno. Pero hubo, en cambio, conversaciones informales entre las diferentes patas que componen UxP para sondear el tema. Ya sea personalmente o a través de representantes, Cristina Kirchner, Axel Kicillof y Sergio Massa se juntaron a rumiar el tema. Aunque sin llegar a una conclusión definitiva. Hubo guiños, sin embargo, y varios en el bloque sospechan que La Cámpora ya cerró un acuerdo con el Gobierno para eliminar las PASO.
Varios en el bloque de UxP sospechan que La Cámpora ya cerró un acuerdo con el Gobierno para eliminar las PASO
“A Cristina le conviene eliminar las PASO porque como presidenta del PJ te arma la lista como quiera. Te tiran el aparato encima, mirá lo que pasó con Quintela”, advierte un dirigente kirchnerista sobre el gobernador de La Rioja. En el cristinismo, sin embargo, niegan haber tomado una decisión y andan con pies de plomo.
La mayoría está a la expectativa de que la Rosada mueva primero. “Acá el dato es que Milei no sabe todavía qué hacer con Macri. Un día es el divorcio y el otro es seguir juntos pero con camas separadas. El Gobierno está dividido y su voluntad de eliminarlas depende del humor circunstancial que tenga con Macri”, masculla, irritado, un dirigente de peso en el bloque.
A la indefinición, que se explica también por las distintas realidades provinciales, se le suma el clima de malestar general en el bloque. Son varios los diputados peronistas que, enojados con el liderazgo de CFK, vienen manifestando su descontento con la conducción del espacio. Y la partida del santafesino Roberto Mirabella no hizo sino profundizar esos enojos existentes.
Rebeldes o alineados, sin embargo, los diputados de UxP coinciden todos en una cosa: de llegar el tema al recinto, el bloque votará dividido. No hay lugar para la unanimidad, sino todo lo contrario. Será una votación fundamentalmente territorial.
Frente a este escenario de incertidumbre, mientras tanto, algunos dirigentes empezaron a plantear una alternativa que permita resolver el ahora y patear la discusión de fondo para más adelante: la suspensión de las PASO en 2025, como alternativa a la eliminación, tal como plantea un sector del PRO.
Esta opción, que se repite en varios despachos peronistas, logró permear en la misma oficina de Menem, que también comienza a analizar la posibilidad de suspenderlas. Un proyecto de ley en ese sentido permitiría tentar a aliados reticentes en el PRO y la UCR, así como convencer a opositores que coquetean con la idea pero no se definen. “Acá son muchos los que quieren pero no se animan a dar el paso. Y la suspensión es una salida”, explica un dirigente norteño que, como la mayoría de los diputados, ya se prepara para tener que viajar en febrero al centro porteño. El debate, coinciden, es inminente.
MC/MC
Más allá de mirar el aniversario con ojos tristes, quizás sea imperioso reconocer las grietas de una Argentina que se parece bastante a esa que tuvimos dos décadas atrás.
Las otras muertes de Cromañón: “Mi viejo nunca volvió a ser el mismo
Me cuesta reconocer que nuestro imaginario está hecho de instantes de TikTok. Que algunas cosas que creemos haber visto no nos pasaron en realidad. Tampoco formaron parte de nuestro inconsciente en sueños. Son retazos de la vida de otros, editadas para un fin común. El tiempo que dejamos en el celular no muere ahí, es después que nuestro mundo simbólico se empieza a llenar de retazos sin origen ni identidad. Gajes de la época. En medio de esa protesta, recordé un video muy breve que transcurre en el Río de la Plata. La espesura del agua oscura en un vaivén que apenas se nota y allá a lo lejos, la cabeza de una perra mestiza y diminuta que viene nadando. Imposible saber hace cuánto tiempo. La perra nada en la inmensidad sin un destino fijo. Nada para llegar a ninguna parte, viniendo, quizás, de ninguna parte también. Entonces una pareja en mallas modernas que anda navegando por ahí le lanza un salvavidas y la perra lo ataja con la boca, con un mordisco delicado. El cansancio es visible en la cara de un perro. No es algo que pueda explicar ahora mismo, pero no existe lugar para la duda. La perra se sube al bote sin ánimos de sacudirse, siquiera. Tiembla en los brazos de esa chica que la acaricia como puede, sin miedo a mojarse. El río eterno sigue ahí pero la perra encontró, de alguna manera imprecisa, un punto de llegada. El estar a salvo significa que no tiene que nadar más. Que puede estar quieta. Y muchas veces estar quieto es sinónimo de armonía. ¿Pero por qué vuelve ese video ahora, con tanta insistencia? ¿Qué trae, más allá de la anécdota de un rescate?
Este lunes 30 de diciembre se cumplen veinte años de la masacre de República Cromañón. La noche de más de treinta grados en el año 2004, la candela o el tres tiros que prendió en el techo del boliche de Bartolomé Mitre al 3000 mientras empezaba el último recital de Callejeros, de una trilogía de conciertos esperadísimos, de una banda de integrantes que no tenían más de veinte años cada uno, en pleno apogeo de su carrera musical. La chispa que sobrevoló encendió el techo al instante, por la mediasombra que lo recubría, dejando que se liberara un humo tóxico que se asemejaba a respirar cianuro. El número de víctimas es el conocido, 194 pibes y pibas, pero con el correr de los años ese número creció. Se fueron sumando, poco a poco, los sobrevivientes que no pudieron soportar haber logrado salir y en ese sopor infinito decidieron quitarse la vida. En palabras de una sobreviviente: si ya la habían perdido ahí dentro, ¿qué más daba?
Del 2005 a esta parte, la causa dio infinitos giros y hasta hoy hubo 21 condenas de un total de 26 imputados. Solamente 18 fueron a prisión. Casi todos los condenados hoy están en libertad, entre ellos los músicos, excepto Eduardo Vázquez, el exbaterista de la banda, que continúa preso por el femicidio de su esposa Wanda Taddei, a quien prendió fuego. República Cromañón sigue hoy en pie. Es una reunión de persianas bajas con murales que, entre otras cosas, señala: Porque los sueños son nuestro estandarte. Y al lado de la puerta de entrada, una lista en orden alfabético –el detalle de la cronología es un poco escalofriante– señala los nombres y apellidos de cada una de las víctimas.
Gracias a agrupaciones de familiares de víctimas y sobrevivientes, durante el gobierno de Alberto Fernández la ley de expropiación de Cromañón fue reglamentada, pero con el cambio de gestión la posibilidad de construir en ese lugar un espacio de memoria está detenida. ¿Por qué? Porque no entra en la lista de prioridades del Gobierno. ¿Por qué? Porque son tareas que exigen un Estado presente. ¿Y entonces? Un Estado presente genera mucho gasto y en este momento, ese paradigma está siendo atizado.
Es cierto que las cifras redondas invitan a la reflexión social. Cromañón es un puntazo que se hace presente siempre a fin de año, entre brindis con sidra y buenos deseos. Pareciera formar parte del cosmos sonoro del inicio del verano y de las vacaciones. Es algo que sobrevuela y que no se irá, para algunas generaciones quizás más que para otras, me incluyo. Pero las cifras significativas tienen una utilidad y es justamente la de generar una comunión más abarcativa alrededor de un hecho. Más allá de repasar las anécdotas más escabrosas que dejó Cromañón, como suelen hacer muchas zonas más extremistas del periodismo (no puedo no pensar en una entrevista para un medio digital en el que un joven periodista, en un afán maquiavélico y codicioso, le pregunta a una sobreviviente qué fue lo peor que vieron sus ojos la noche del incendio. Como si esa pregunta pudiera hacerse. Ella llega a responder, en un manotazo visible, que prefiere no hablar de eso), la fecha que indica una doble década podría ser útil para revisitar qué falta hacer todavía, qué necesitamos aún y qué es importante no dejar ir.
Entre muchos otros agravantes, Cromañón fue el resultado de muchos años de negligencia estatal en Argentina. Históricamente, ir a ver rocanrol en lugares cerrados era una práctica kamikaze que nadie quería revisar porque hacerlo era poner orden y control y hacer eso era asemejarse a la policía, y en tanto y en cuanto a la sociedad no le afligiera demasiado, el Estado no se encargaría de regular de manera fiel los aforos. No digo nada nuevo cuando digo que Cromañón podría haber pasado muchos años antes, con cualquier otra banda, en cualquier otro espacio cerrado, sin ventilación, con goteras cayendo sobre guitarras enchufadas y con pogos de gente saltando, colérica, mientras encendía cigarrillos y fuegos artificiales que iban a parar al techo o al cuerpo de cualquiera que se interpusiera en su camino. Como dijo el Indio Solari en una entrevista: Cromañón era una bomba de tiempo que la industria musical se pasó de mano en mano y le explotó a Callejeros en diciembre del 2004. Argentina venía de un proceso crítico con la debacle del 2001, con una economía en lenta reconstrucción que incluía un Estado cuasi fantasma que tenía, evidentemente, infinitos incendios más inmediatos que apagar. El gobierno de Néstor Kirchner era algo en lo que nadie creía todavía. La principal preocupación era el endeudamiento argentino. ¿Quién iría a salvarnos? ¿Había alguien ahí?
El rocanrol fue la salida inmediata. El reclamo a las instituciones, la descarga emocional y hormonal era concreta e infinita. Nadie quería que nos quitaran eso. Mientras los adultos se encargaban de reconstruirse, los jóvenes queríamos gritar hasta arruinarnos la garganta para después caminar por las calles de Buenos Aires, en plena noche, hasta que amaneciera, sin preocuparnos por nada más. Habíamos visto lo peor en la televisión y también en nuestras casas. Habíamos visto morir a la clase media y a nuestros padres y madres infartados por la pérdida total o parcial de todo lo que habían conseguido hasta acá. ¿Quién podría quitarnos, por ejemplo, tres shows consecutivos repletos de candelas, foguetas de tres tiros y bengalas? La inconsciencia era un legado epocal. Se actuaba con el peligro a cuestas o nada. En un país social y económicamente roto, el Estado no existe y esa falta deja el terreno liberado para que este tipo de catástrofes echen raíz. Más allá de mirar el aniversario con ojos tristes, quizás sea imperioso reconocer las grietas de una Argentina que se parece bastante, quizás, a esa que tuvimos veinte años atrás. Ahí donde el riesgo país es lo suficientemente bajo como para hacer crecer la imagen positiva de un candidato pero donde no tenemos, por ejemplo, un Estado que regule los fondos para la salud pública, para la educación pública, para los medicamentos gratuitos para jubilados, pensionados y pacientes de enfermedades crónicas que tienen que decidir seguir costeando sus tratamientos o comer. Mucho menos, por ejemplo, pensar en la regulación de habilitaciones de espacios públicos. ¿Estamos a salvo?
Cuando veo las fotos de las víctimas de la masacre de Cromañón impresas en paneles sobre la calle Bartolomé Mitre, en el santuario actual, sólo puedo ver infancia y apenas algo de juventud. Insiste la infancia. Algo que, cuando yo tenía quince años y asistía a recitales de Callejeros, El Bordo o Los Piojos, no veía en absoluto. Todos esos chicos que estaban alrededor mío encendiendo cigarrillos antes de entrar a un show eran personas que sabían lo que hacía. Que sabían cuidarse por sí solas y que tenían ideales establecidos, fanatismos inquebrantables. Parecían saber qué defender y qué dejar de lado. Yo admiraba esa opulencia. Gente sabia con flequillo que tenía que llevar adelante su cuerpo joven, pero que parecía ya haberlo vivido todo. Yo tenía 15 años y muchos de ellos también, quizás más, quizás menos, y ni ellos ni yo sabíamos tanto. Quizás nada. Muchos de ellos entraron al show de Callejeros del 30 de diciembre con sus ideales intactos. Y muchos no salieron. Y al fin y al cabo no eran ni tan grandes ni tan idóneos. Eran solo unos nenes. Esos mismos que veo ahora en las fotos carnet que los conmemoran, con pieles tersas y pelo abundante, llenos de colágeno, de acné y de ganas de sonreírle a cualquier extraño que les sacara una foto, porque sí, porque ¿por qué no?
La perra que nadaba en la inmensidad del río habiéndose olvidado qué buscaba, se parece un poco a este instante. Sabemos quiénes somos, qué recordamos, pero estamos un poco a la deriva. Nuestro cuidado no depende solamente de nosotros.
CF/DTC
Martín Cisneros fue uno de los sobrevivientes del incendio del 30 de diciembre de 2004 en el que murieron 194 personas. Diez años después terminó quitándose la vida. Se estima que entre 16 y 19 jóvenes también se suicidiaron a lo largo de estos 20 años. La atención de los sobrevivientes sigue siendo una deuda pendiente.
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El Papa Francisco recibió en una reunión privada en el Vaticano al “Pato” Fontanet, ex cantante de Callejeros
El humo de las bengalas no lo deja respirar, pero a Nahuel Cisneros, de siete años, no le importa. Es la noche del 29 de diciembre del 2004, es el segundo recital de Callejeros en el boliche Cromañón del barrio de Once, a Nahuel no le importan muchas cosas. Terminó el año escolar y está viendo a una de sus bandas favoritas junto a su papá, Martín Cisneros de 30 años. Minutos antes tocó Ojos Locos, otra banda de rock que les encanta a ambos. No hay mucha televisión en la casa de la familia Cisneros, pero sí sobra la música. Los Piojos, La Renga, Callejeros. Martín, de 30 años, y su madre, Claudia Perla, de 24, lo llevan a recitales cada vez que pueden. Con siete años, Nahuel ya sabe de memoria muchos temas de la banda de Villa Celina liderada por Patricio Santos Fontanet. De hecho, los vio en vivo por primera vez el año anterior, en la ciudad de La Plata. Fontanet se había quebrado y a Nahuel le parecía muy gracioso verlo cantar en el escenario con un yeso puesto. Por eso, esta noche del 29 de diciembre en Cromañón, un poco de humo no va a arruinarle el momento.
Mañana Callejeros toca de nuevo. La última fecha del 2004 y Nahuel también quiere estar. Cerrar el año con su papá, mientras ven a su banda favorita. Pero el humo de las bengalas es cada vez más insoportable y Nahuel no para de toser. Martín lo saca afuera del boliche, sobre la calle Mitre, para que se recupere. Allí toma una decisión. Su hijo, por más que insista, no lo acompañará mañana a la última fecha de la banda en Cromañón. Esa decisión, cuando esté atrapado en la oscuridad de la masacre aquel 30 de diciembre del 2004, le dibujará una pequeña sonrisa.
“Mi viejo nunca fue el mismo cuando salió de Cromañón”, dice, 20 años después del recital que dejó 194 muertos, Nahuel Cisneros. Es una tarde de noviembre y Nahuel, de 26 años, está sentado en el comedor de su casa en Ramos Mejía, junto a su madre, Claudia Perla y su hermana menor, Mía, de 15 años. “Entró siendo una persona y salió otra. Se fue apagando de a poco”, agrega Claudia.
El 30 de diciembre del 2004, Martín Cisneros fue a ver a Callejeros finalmente sin su hijo. Apenas unos segundos después de que Patricio Fontanet cantó el primer tema de la noche, una candela disparada desde una bengala entre el público impactó en la media sombra que cubría el techo del boliche. El fuego se extendió desde ese sector, desprendiendo un humo tóxico y letal para una discoteca cerrada y sin ventilación como estaba Cromañón. En medio de la oscuridad y el desconcierto, Martín escuchó que alguien dijo “tengo que salir que afuera me espera mi hijo”. A él también lo esperaba el suyo.
“Nos contó que tuvo que pisar gente para salir, mientras le pedían auxilio desde el piso”, recuerda su pareja Claudia, de 44 años. “Esa imagen lo marcó mucho”, cuenta la madre de sus hijos.
Tras salir de Cromañón esa noche, Martín decidió volverse a su casa solo, a pesar de haber ido al show con un grupo de amigos. Vivía en Paso del Rey, provincia de Buenos Aires, y tomó el tren en la estación de Once. No paraba de escupir un líquido negro y grumoso. Se bajó en la estación Caballito y fue hasta la guardia del Hospital Durand. Allí quedó internado hasta que Claudia, quien esa noche estaba trabajando como cajera en un comercio, lo encontró. “Recorrimos muchos hospitales, como la mayoría de los familiares”, vuelve la pareja. Al verse en el hospital, ambos se abrazaron, mientas Martín no dejaba de repetir una frase, entre lágrimas: “qué bueno que no lo llevé a Nahuel”.
Ese 30 de diciembre del 2004, Martín había logrado salir de Cromañón. O eso era lo que él creía. Lo que todos creían.
Claudia y Martín se conocieron en Paso del Rey, cuando ella tenía 16 años y él 22. Un amigo en común los presentó y, desde entonces, prácticamente no se separaron. “Él era muy inteligente, leía mucho y nunca tenía un error de ortografía”, recuerda Claudia sobre esos primeros años de noviazgo. “Nunca siguió una carrera universitaria, pero lo podría haber hecho sin problemas”, apunta. Cuando Claudia tuvo a Nahuel, su primer hijo, en 1998, Martín empezó a trabajar en varios oficios. Fue portero, personal de seguridad e incluso fue empleado en Racing de Avellaneda, en el control de acceso al estadio. Sin embargo, en lo que Martín se destacaba era la venta ambulante. Su pasión por el rock nacional y los recitales lo llevaban a vender remeras de diferentes bandas en los accesos de cada show. Pero no solo se limitaba al rock barrial y duro. Claudia guarda una nota del diario Clarín en la que Martín aparece en la foto del matutino, bajo el título “La batalla de las fans en la Avenida Corrientes”. Allí, Martín aparece vendiendo remeras de Rebelde Way, la banda de la novela juvenil homónima que cautivó a una generación de adolescentes.
“Te vendía lo que quería”, destaca la pareja. “Era muy simpático y entrador. Siempre estaba atento para rebuscársela con algo y que a Nahuel no le faltara nada”, cuenta Claudia. En ese rebusque, Martín vio en los recitales otra nueva forma de ingreso: la gestión de colectivos y combis para que la gente del interior del país pueda llegar hasta Capital Federal o la provincia de Buenos Aires a ver a diferentes bandas. Así, Martín empezó a conocer gente de todas las provincias que llegaban a los shows gracias a él. Incluso ofrecía su casa cuando alguien no conseguía hospedaje. “Siempre lo ponía contento ofrecer nuestra casa para cualquiera. Era muy solidario en eso”, destaca Claudia. Mientras tanto, la pareja disfrutaba de cada recital al que iba. En 2001, cuando Nahuel cumplió los tres años, lo llevaron a a ver a Los Piojos, una de sus bandas favoritas. Fue en 2003 que Martín escuchó a Callejeros por primera vez a través de un CD demo que consiguió y empezó su fanatismo por el grupo. Otros como él también se sumaban a las fechas de la banda de Villa Celina. La comunidad del rock crecía en torno a la fama de Callejeros. También los amigos que Martín hacía.
“Martín me enseñó a decirle te quiero a mis amigos”, dice Ezequiel Milone, de 45 años, desde Junín, provincia de Buenos Aires. Conoció a Cisneros por los micros que gestionaba para ver a Los Piojos. “El rock es familia y Martín respetaba mucho eso porque cuidaba a todo el que iba con él”, recuerda Ezequiel. El 28 y 29 de diciembre del 2004, fechas previas a la masacre, Ezequiel fue a Cromañón con Martín. Pero durante el tercer recital le tocó trabajar en una estación de servicio de Junín y no pudo viajar. “Eso fue una jugada del destino”, explica Ezequiel, quien se tatuó la cara de Martín en su pantorrilla. “Se llevó un pedacito de todos, Martín. No veo diferencia entre ser sobreviviente y haber perdido a tantos amigos desde afuera. Casi siento como si hubiera estado adentro ese 30 de diciembre”, confiesa.
Cristian Armoa, de 38 años, vive en la ciudad de Guaymallén, Mendoza. Conoció a Martín en 2003, tras un recital de Callejeros, en donde lo invitó a quedarse a dormir en su casa casi sin conocerlo. “Yo tenía 17 años y Martín 30. A pesar de la diferencia de edad, me hizo un lugar con su familia cuando no tenía donde quedarme”, recuerda Cristian. Desde ese día, Martín se convirtió en uno de sus mejores amigos, pese a vivir en otra provincia. “La calidez humana de Martín y su familia representa lo que para nosotros es la verdadera comunidad del rock”, señala el mendocino. El cariño que Martín tenía por Cristián era tanto que le decía, en forma de broma, “hijo”.
Los años posteriores a la masacre de Cromañón no fueron fáciles para Martín. Iba y venía con diferentes tratamientos psiquiátricos, tenía problemas para respirar y sufría de cierto pánico a la oscuridad y el encierro. “Su salud mental se fue degradando de a poco”, retoma Claudia. Nahuel, su hijo, también lo percibió pese a ser apenas un adolescente. “Mi viejo fue el mejor del mundo, pero en sus últimos años tuvimos algunas peleas”, apunta. En 2007, Claudia fue mamá nuevamente de Mía, su segunda hija. “Eso le hizo bien a Martín, había recuperado un poco la alegría luego de ser padre”, describe Claudia.
Fue en agosto del 2014 que Martín tuvo un ataque de nervios y llegó con Claudia hasta el Hospital Alvear de emergencias psiquiátricas de Capital Federal. Sin embargo, pese a ser sobreviviente de Cromañón, no lo querían atender. Hasta ese momento, la ley 4786 de reparación integral para victimas y familiares sancionada en 2013 todavía no había sido reglamentada respecto a la normativa de salud mental.
Luciano Frangi, periodista, sobreviviente y militante de la organización Coordinadora Cromañón, llegó al Alvear para ayudar a Martín. “Estaba muy desbordado él, pero después se tranquilizó y lo pudimos ayudar para que lo atendieran”, cuenta Luciano, de 46 años.
Seis meses después de ese episodio, el 3 de febrero del 2015, Martín se quitó la vida en su casa del Paso del Rey. “Su último año fue muy, muy duro”, explica Claudia. La noticia movilizó a muchos sobrevivientes que marcharon a la semana de la muerte de Martín hacia la legislatura porteña. Exigían que se reglamenten los programas de salud mental para sobrevivientes y familiares. En ese tiempo, la vicejefa de gobierno, María Eugenia Vidal, los recibió y se comprometió a hacerlo en 60 días. Y así fue.
“Fue una pequeña victoria porque estábamos muy enojados por la muerte de Martín”, explica Luciano, quien acaba de publicar su primer libro, “Cromañón: las cenizas siguen ardiendo” (Ed. JusBaires), en coautoría con el periodista Facundo Reyes. Allí, Luciano realiza una investigación periodística minuciosa sobre todo lo que falló esa noche en el boliche de Once y las consecuencias de la masacre. “No queremos que se repita esta historia. Por eso sacamos este libro que es el fiel reflejo de la causa judicial y el testimonio de los sobrevivientes”, señala Luciano. Según las cifras de diferentes organizaciones, los sobrevivientes que se quitaron la vida varían entre un número de 16 a 19 y no existe un registro oficial que pueda precisar una cifra exacta.
Tras la muerte de Martín, Claudia continuó yendo a recitales. Este año fue a ver a Don Osvaldo, la nueva banda de Patricio Fontanet. “Fue muy emotivo, me acordé de él en todo momento. Martín siempre defendió a la banda por lo que había pasado”, rememora Claudia. Para homenajear a Martín, su pareja elige un tema. Pacífico de Los Piojos. Una de sus estrofas dice así: “Voy a llevarte en mí, ahora que sé muy bien que me llevarás hasta donde estés”.
Nahuel, en cambio, ya no escucha Callejeros, aunque fue a ver a Casi Justicia Social y Don Osvaldo varias veces, tras la muerte de su padre. Su relación con la música no cambió y tiene una hija pequeña que ya le hace escuchar rock a todo volumen, como hacía Martín con él. Para homenajearlo, sin embargo, sí elige un tema de Callejeros: Imposible. Una de sus frases dice así: “Al fin va a decir la verdad el que escribe los diarios, al fin van a dejar de rezarle a la televisión”.
En la reciente vuelta de Los Piojos a la ciudad de La Plata, tras 20 años de haberse separado, la banda de amigos de Martín llevó una bandera con su rostro. Claudia también fue. A un costado del trapo, el rostro de Martín sonriendo sobre la frase: “una y mil veces renacer”.
FLD/MG
Tras la salida de Juan Carlos Maqueda, quien se jubiló a los 75 años, el Máximo Tribunal quedó con apenas tres miembros, divididos en dos bandos en disputa por el funcionamiento interno.
La Corte Suprema de Justicia no tiene paz. Ante la salida del juez Juan Carlos Maqueda, los enfrentamientos internos se profundizan y todo indica que 2025 será otro año de internas palaciegas, de acuerdo con los documentos y testimonios recogidos por elDiarioAR.
La jubilación de Maqueda, quien cumplió 75 y no intentó renovar su pliego en el Senado ante la decisión de Javier Milei de designar un candidato para sustituirlo, deja al máximo tribunal del país con apenas tres integrantes: su presidente, Horacio Rosatti; su vice, Carlos Rosenkrantz; y Ricardo Lorenzetti, enemistado con los dos primeros por el manejo interno de la Corte.
El tribunal requiere de al menos tres votos alineados en un mismo sentido para fallar en los expedientes. Si los tres integrantes no se ponen de acuerdo deben convocar a conjueces para que integren provisoriamente el tribunal y alcanzar así un mínimo de tres votos en sintonía. Por mayoría, la Corte decidió que los conjueces se sortearán por expediente entre los presidentes de la Cámara Federales. Lorenzetti se opuso.
La dinámica de poder se modifica con la salida de Maqueda, cuya despedida no contó con la presencia de Lorenzetti. Ahora, la mayoría conformada por el trío Maqueda, Rosatti y Rosenkrantz ya no existe. Las fichas se desacomodaron, podrían decir algunos.
Sin embargo, no es a la hora de fallar sobre los expedientes donde subyace la pelea entre los jueces. De acuerdo a estadísticas de la Corte, durante 2024 el Tribunal emitió más 12.200 sentencias y sólo se requirió la convocatoria de conjueces en 69 casos, cuando, por ejemplo, algunos de los cuatro ministros habían sido recusados o debían apartarse del caso.
Las diferencias entre Lorenzetti y Rosatti, especialmente, no son ideológicas sino de poder por el manejo del tribunal. Son las decisiones sobre el funcionamiento de la Corte lo que hace estallar el clima por los aires.
Durante las últimas semanas, y ante la salida de Maqueda, el trío tomó varias decisiones sobre nombramientos de personal clave en el tribunal que agudizaron las disidencias con Lorenzetti, quien no escatima en críticas y acusaciones en sendos escritos que presenta ante sus pares.
El juez de Rafaela viene reclamando desde mayo a sus pares que aguarden la llegada de los dos nuevos posibles candidatos de Milei a la Corte para tomar decisiones sobre el manejo interno del tribunal. El resto de los ministros supremos sostenían que eso implicaría paralizar el funcionamiento de la Corte: frenaría nombramientos, designaciones, concursos, entre otras decisiones clave.
El tribunal es un hervidero de versiones sobre qué sucederá con los candidatos de Milei a la Corte: el juez Ariel Lijo y el abogado Manuel García Mansilla. La última que circuló por los pasillos del Palacio de Justicia es que el Presidente convocaría a sesiones extraordinarias este lunes 30 para que el Senado trate, entre otros proyectos, el pliego de Lijo a la Corte. “Dicen que tiene los votos”, especulan en el edificio de Tribunales. “El que no tiene los votos sería García Mansilla”, agregan.
Lijo no es sólo el candidato de Milei a la Corte. Es, también, el candidato de Lorenzetti para inclinar la balanza de poder interno hacia su lado. Son aliados desde hace décadas. Vendría, para Lorenzetti, a equilibrar los tantos en la llamada “guerra santafesina” con Rosatti, su comprovinciano en el tribunal.
Entre la polvareda de rumores, la discordia y las disputas de poder, el Máximo Tribunal se adentra en el segundo año de mandato de Miliei, sin juezas mujeres entre sus integrantes, renga en número de jueces y diezmada en imagen ante las rencillas entre sus ministros.
ED/DTC
El jefe de Gabinete habló en una extensa entrevista radial sobre la "estrategia" que adoptó el oficialismo en la Ciudad.
El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, hizo declaraciones este domingo sobre la decisión del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de desdoblar las elecciones legislativas. “Pareciera que en la Ciudad, LLA y el PRO no irán juntos”, expresó.
Francos habló en una entrevista radial por Radio Rivadavia en dónde dio respuestas contundentes, 48 horas después de que el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, desdobló las elecciones en la ciudad (en julio, para cargos porteños y en octubre, para cargos nacionales) para “restarle” fuerza a LLA.
“Yo creo que hay muchos preocupados de que el Presidente tenga mucha adhesión popular, que se pueda volcar en el resultado electoral y birlar mayorías. Al separar la elección sin una decisión conjunta, ellos han hecho la conveniencia política del PRO en la Ciudad, que además le genera un costo -que ya demasiados tiene- innecesario y que se podía evitar”, señaló Francos.
“Siempre está por verse eso. Yo creo que en la cancha se ven los pingos. Habrá que esperar un poco. Nosotros tenemos confianza”, dijo en referencia a cuál de las fuerzas sería la favorita por los porteños a la hora de poner el voto en las futuras elecciones.
“Pareciera que en la Ciudad de Buenos Aires no vamos a ir juntos. Yo creo que al separar la elección, sin una decisión conjunta, me parece que ellos han hecho la conveniencia política del PRO en la Ciudad. En el caso particular de CABA me da la sensación de que cada uno irá por su lado”, sentenció.
AB con información de agencia NA.