Código Postal 5229
En 2024, la provincia registró el número de asesinatos más bajo en una década. En paralelo, aumentaron las denuncias sobre bandas policiales. En diciembre, diez efectivos rosarinos fueron detenidos e imputados por allanamiento ilegal, robo, lesiones y falsedad ideológica en una saga ininterrumpida de delitos perpetrada desde marzo pasado.
Rosario: el regreso de la mano dura para una ciudad en estado de conmoción
Allanamientos ilegales, procedimientos fraguados, armas plantadas, robos de droga, complicidad con el narcotráfico, detenciones al voleo: las prácticas irregulares de la policía santafesina y en particular de la rosarina surgen en investigaciones recientes como la cara oculta de la disminución de los homicidios dolosos en la provincia, el logro que exhibe el gobernador Maximiliano Pullaro al cabo de su primer año de gestión.
Según el último informe del Observatorio de Seguridad Pública de Santa Fe, entre enero y diciembre de 2024 hubo 176 homicidios en la provincia, un 55,8 % menos que la cantidad registrada en el mismo período del año anterior. Es el número más bajo en la última década y la merma resulta todavía más pronunciada en el departamento Rosario: en 2024 hubo 90 crímenes contra 259 de 2023, lo que representa un 65,5 % menos de casos. Pero al mismo tiempo que disminuyen los crímenes aumentan las denuncias e investigaciones por casos de corrupción, delitos comunes y violencia institucional.
Las irregularidades se producen en el marco de la ampliación de facultades policiales para la detención de personas, propuesta por el gobierno de Pullaro en la Legislatura provincial y promulgada con el apoyo de la oposición peronista. La ley 14.258/24 ratificó la facultad de detener personas en averiguación de antecedentes y agregó la de resistencia a ser identificado.
El informe “Un año de lucha contra la destrucción planificada de los DDHH y la democracia” elaborado por la Red Federal por los Derechos Humanos y la Democracia dedica un capítulo a la situación en Santa Fe y cita una denuncia del Servicio Público de la Defensa Penal sobre la detención de personas por no llevar el DNI: “El 34% de esas personas estaban en situación de calle y el 21% habían sido retenidas ya en reiteradas oportunidades. Una de ellas fue detenida ocho veces en el mismo día. Las actas de demoras carecen de fundamentos legales, o los fundamentos están preimpresos”.
El informe puntualiza que Pullaro “viene promoviendo e implementando reformas de la legislación local violatorias de la Constitución Nacional y Provincial, que ignora o suspende garantías fundamentales para los derechos humanos”. Entre ellas, “lo más grave son las reformas introducidas en el Código Procesal Penal”, por las cuales una persona puede pasar 30 días presa sin recibir imputación. “En la práctica equivale a una interrupción de garantías, propias de un estado de sitio”, dice la abogada y exdiputada provincial Matilde Bruera.
El 22 de diciembre, diez policías del Comando Radioeléctrico de Rosario fueron detenidos e imputados por allanamiento ilegal, robo, lesiones y falsedad ideológica en una saga ininterrumpida de delitos perpetrada desde marzo pasado. Entre los imputados se encuentra el jefe de tercio Luis Alberto Pais, quien en 2022 ingresó sin orden de allanamiento en un estudio jurídico de Cañada de Gómez para detener a una persona y ante la imputación por ese caso fue defendido por el entonces diputado provincial Maximiliano Pullaro. El actual gobernador avaló la acción de Pais –también respaldada por vecinos de esa ciudad– y pidió que se investigara al fiscal que acusaba al policía, Santiago Tosco.
Pais fue considerado un ejemplo del policía que cumple su función y tropieza con la burocracia judicial y el llamado garantismo. Ahora este oficial aparece como cabecilla de una violenta banda de policías que, en distintos hechos, plantaron armas, robaron dinero –en un caso la pensión de un discapacitado, en otro diez mil dólares, en un tercero 95 mil pesos–, fraguaron actas de procedimiento e ingresaron una y otra vez en diversos domicilios sin orden de allanamiento. Por estos procedimientos falsos un hombre detenido en Provincias Unidas y Mendoza pasó seis meses preso y otro –el hermano del discapacitado al que despojaron de la pensión– otros seis meses detenido, entre junio y diciembre. Este jueves los fiscales José Luis Caterina y Karina Bartozzi reanudarán la audiencia por otros delitos adjudicados a los mismos policías.
El 17 de diciembre la Cámara Federal de Casación dio un giro inesperado a un caso de violencia institucional de alto impacto en Santa Fe, al anular las absoluciones de diecinueve policías y un civil por la desaparición forzada, torturas y muerte del albañil Franco Casco. Los jueces Daniel Antonio Petrone, Diego Barroetaveña y Carlos Mahiques ordenaron una nueva sentencia.
Casco tenía 20 años, vivía en Florencio Varela y el 29 de septiembre de 2014 viajó a Rosario para visitar a unos tíos. En la tarde del 6 de octubre, cuando iba a tomar un tren de regreso a su casa, fue detenido por agentes de la comisaría 7ª en supuesta averiguación de antecedentes.
En la madrugada siguiente Casco fue torturado en un calabozo conocido en la jerga interna como “la jaulita”, que los policías utilizaban rutinariamente para interrogatorios mediante apremios. “Se encontraba en un absoluto estado de indefensión”, destacó el fiscal Fernando Arrigo en su alegato. El cuerpo del albañil fue hallado el 30 de octubre de 2014 en el río Paraná y la autopsia reveló que había muerto antes de ser arrojado al río.
El fallo no solo es un revés para los acusados sino también para Maximiliano Pullaro. El actual gobernador, siendo ministro, pagó con fondos reservados del Ministerio de Gobierno honorarios de abogados defensores y en julio de 2023, cuando un fallo dividido del Tribunal Oral Federal número 2 resolvió las absoluciones, dijo que se había cometido una injusticia con los policías y afirmó que la causa se había politizado.
Pullaro no hizo comentarios sobre el fallo de Casación pero tres días después toma una decisión que parece una respuesta indirecta: nombró asesor del Ministerio de Seguridad de la provincia a Luciano Nocelli, conocido como “el Chocobar rosarino”, un policía del Comando Radioeléctrico condenado a 25 años de prisión por el asesinato de una pareja que había intentado robar la cartera a una mujer.
Nocelli quedó en libertad el 27 de noviembre, después de que la Corte Suprema de Justicia de la provincia ordenara un nuevo juicio. Su excarcelación fue recibida con aplausos y sirenas de un cordón de patrulleros desplegado alrededor del Centro de Justicia Penal de Rosario y acompañada por las máximas autoridades del Ministerio de Seguridad de la provincia. “Se termina la condena a los policías”, dijo entonces Nocelli, quien según las sentencias de dos tribunales asesinó a Jimena Gramajo y Walter Rosasco cuando estaban de espaldas y en el piso y no corrían peligro la vida del policía ni la de otras personas.
Los juicios contra Nocelli, el comisario Diego Álvarez y el resto de los policías acusados por la desaparición y muerte de Casco introdujeron un nuevo actor: grupos de familiares y allegados que se movilizan en defensa de los policías. “Había una belicosidad marcada de los defensores, como ocurrió respecto durante el juicio oral”, dice el fiscal federal Federico Reynares Solari, sobre la audiencia en que se rechazó la prisión preventiva de los acusados por el caso Casco.
Estos grupos ya habían reclamado un indulto para Nocelli y volvieron a hacerse presentes el 18 de diciembre en el Centro de Justicia Penal para amenazar al fiscal Pablo Socca por la imputación contra otros cuatro policías por fraguar un procedimiento para encubrir el robo de dinero, teléfonos y otros objetos después de ingresar a dos domicilios de la zona sur de la ciudad sin orden de allanamiento. “Lo que sucedió me lleva a pensar que no es la primera vez que hicieron esto”, dijo Socca.
Otra circunstancia coincidente en casos de corrupción y de violencia institucional es que no involucran a policías aislados sino a grupos cuyos integrantes son parcialmente identificados por las investigaciones judiciales. Socca imputó a los policías Lucas Brest, Bernardino Fernández, Julián Márquez y Matías Ovando de la Brigada Motorizada y describió el operativo emprendido contra un motociclista que supuestamente no quiso ser identificado como “una cacería” en la que intervino “un número exorbitante de policías”.
El fiscal federal detalló que el objetivo de los policías era apoderarse de un teléfono donde un familiar del motociclista había filmado el allanamiento ilegal. A las prácticas consolidadas de falsificar actas de procedimiento y plantar armas se agrega así en los casos actuales la de eliminar registros incriminatorios en celulares y dispositivos electrónicos.
El fiscal provincial José Luis Caterina imputó en junio a otro grupo de siete policías por el robo de US$76.900, los ahorros de una familia. Los policías acudieron al domicilio para constatar el estado de salud de una pareja, uno de cuyos integrantes había tenido un brote psicótico.
Los agentes pertenecían a la comisaría 15ª –entre ellos el subjefe, Darío Carrillo– y al Grupo Táctico Multipropósito, le dijeron a la familia que iban a quedarse con los dólares por una investigación sobre lavado de dinero y configuraron un acta con testigos falsos. El fiscal Caterina explicó que uno de los policías utilizó parte de los dólares para comprar una embarcación y otro para pagar una fiesta de cumpleaños.
La Brigada Motorizada de Rosario pergeñó por su parte otro procedimiento que fue cuestionado por el camarista Alfredo Ivaldi Artacho a principios de diciembre. Los policías dijeron que soldaditos narco habían escapado a la carrera al notar su presencia en la calle Pasco al 200 bis. A continuación ingresaron sin orden de allanamiento en una casa donde detuvieron a cuatro personas y encontraron casi 200 dosis de cocaína, según el acta de procedimiento.
La situación alegada no existió, según el juez Ivaldi Artacho. Los policías tenían presumiblemente información sobre la existencia de un bunker de drogas en el lugar y actuaron por su cuenta para después blanquear el procedimiento con el acta. En consecuencia, el juez revocó las prisiones preventivas de los acusados.
El policía Jonatan Garraza cumplía funciones en la Delegación Tribunales y en la Agencia de Investigación Criminal, hoy Policía de Investigaciones. El oficial Fernando Molina revistaba en la subcomisaría 21ª. Los policías Marcos Martín Molina, Damián Gerardo Ruiz y Lisandro Emanuel Vera actuaban en el Comando Radioeléctrico. Los cinco tuvieron al mismo tiempo algo más en común: filtraron información, protegieron y fraguaron procedimientos en favor de Los Menores, la banda sospechada por el crimen de Andres “Pillín” Bracamonte, el exjefe de la barra brava de Rosario Central, y las maniobras contaron con la participación de otros policías todavía no identificados.
El uso de la información de calle en provecho propio aparece en otro caso más grave que involucra a ocho integrantes de la Policía de Acción Táctica en el robo de 15 kilos de cocaína, 50 mil dólares y armas a dos hombres y una mujer de nacionalidad boliviana en el barrio Belgrano, de Rosario. Según las sospechas de la Justicia Federal, los policías actuaron con extrema violencia al mando del oficial Renzo Michelud y llegaron raudamente a un domicilio de Forest y Teniente Agneta después de apremiar a detenidos en otro procedimiento.
Al cabo de dos horas de requisar el lugar y de alzarse con la droga, el dinero y las armas, Michelud informó al Ministerio Público de la Acusación “un horario de ingreso, las razones por las cuales estaban allí los patrulleros y el motivo de ingreso absolutamente falso”, dijo el fiscal federal Javier Arzubi Calvo. El oficial de policía afirmó que habían detectado a los ciudadanos bolivianos en actitud sospechosa en la calle y que como parte de la persecución irrumpieron en la casa, donde encontraron apenas medio kilo de cocaína sobre una mesa.
La secuencia que enlaza actitudes sospechosas, persecuciones callejeras e intrusiones en domicilios es tan antigua en las actas policiales que Rodolfo Walsh la registró a fines de los años 60 en sus crónicas sobre “la secta del gatillo alegre y la mano en la lata”, como llamó a la Brigada de Investigaciones de Avellaneda. Sin embargo, no deja de ser reeditada en procedimientos actuales.
“Con el fallo de la Cámara de Casación se pueden discutir muchas cosas pero no se puede decir que la de Franco Casco fue una causa armada”, dice el fiscal Reynares Solari, en alusión al argumento que sostienen los diecinueve policías y el civil acusados por la desaparición y muerte del albañil. La defensa está en línea con la “politización” que señaló el gobernador Pullaro, aunque no hay precisiones sobre la supuesta conspiración.
Por el contrario, el fallo del tribunal de Casación señala que la causa armada que en realidad la que tramaron los policías con la colaboración de un vecino de la comisaría 7ª. El tribunal de juicio, observaron los camaristas, no observaron la prueba ni “el ejercicio de poder detentado por las agencias de seguridad sobre la situación, la escena del hecho y principalmente el control de gran parte de la prueba documental” amañada para desligar a los policías de las torturas y la desaparición de Casco.
“Es el protocolo de la violencia institucional”, afirma el fiscal Reynares Solari respecto de la trama alrededor de la muerte de Casco. Un conjunto de prácticas que la policía de Rosario parece llevar en su ADN y que no alcanza a ser disimulada bajo el paraguas de la disminución de los homicidios dolosos.
OA/MG
La reunión es este sábado y está convocada una manifestación en Plaza de Mayo contra Maduro. La visita del excandidato presidencial es parte de una gira para presionar al chavismo ante el inicio del nuevo mandato el próximo 10 de enero.
El Gobierno analiza las imágenes del gendarme detenido en Venezuela y cree que son una “puesta en escena”
Javier Milei escenificará este sábado una jugada importante para su plan de política intencional: recibirá a Edmundo Gónzález Urrutia en la Casa Rosada a solo seis días de que Nicolás Maduro intente hacerse con un nuevo mandato en Venezuela. La cumbre del libertario con el opositor venezolano ocurre además en un clima de fuerte tensión diplomática entre Buenos Aires y Caracas por la detención arbitraria del gendarme Nahuel Gallo, de quien hace apenas 48 horas se difundieron imágenes que no se sabe cuándo ni dónde se tomaron.
Milei y González Urrutia exigirán conjuntamente la liberación de Gallo. El reclamo estará a la par de un pedido público contra Maduro, a quien denuncian por haberse otorgado el triunfo en las últimas elecciones sin presentar las actas oficiales con los resultados de la votación. El Gobierno ya reconoció al opositor como ganador de esos comicios; ahora el propio Presidente validará esa decisión en Balcarce 50.
Se espera que parte de la comunidad venezolana que reside en Buenos Aires, muchos exiliados por la crisis en su país durante los últimos años del chavismo, se convoquen en la Plaza de Mayo. La propia comitiva de González Urrutia llamó a esa manifestación contra el régimen de Maduro. Es probable entonces que Milei busque una foto junto a su invitado en el balcón de la Rosada.
La visita de González Urrutia busca aumentar la presión internacional contra el chavismo. La llegada a Buenos Aires es la primera escala de una gira continental que tiene como objetivo llegar a las puertas de Venezuela el 10 de enero, fecha en que comienza el nuevo mandato presidencial por seis años. Maduro está en el poder desde 2013, cuando reemplazó a Hugo Chávez tras su muerte.
Este sábado González Urrutia también visitará Montevideo, Uruguay. Es una incertidumbre saber qué ocurrirá el próximo viernes, porque tras las últimas elecciones el opositor venezolano tuvo que exiliarse en España y sobre él pesa una denuncia penal en su país y una recompensa de 100.000 dólares por su captura.
El encuentro de González Urrutia con Milei está agendado para las 11 de la mañana. “A los venezolanos en Buenos Aires y a cada argentino que cree en la democracia y la libertad, los esperamos a las 10 en la Plaza de Mayo para recibirlo con orgullo y demostrar una vez más al mundo que Venezuela ha decidido ser libre y democrática, como lo hicimos el pasado 28 de julio”, llamó a la manifestación de este sábado Elisa Trotta, dirigente opositora y exembajadora venezolana en Argentina.
La comitiva del opositor venezolano también la integran, entre otros, Antonio Ledezma –exalcalde de Caracas y actualmente también exiliado– y Richard Blanco –exdiputado y exiliado–. Llegaron a Buenos Aires en las últimas horas y ya fueron recibidos por Patricia Bullrich, ministra de Seguridad. Detrás de González Urrutia está la figura de María Corina Machado, principal opositora en su país y quien fue proscripta por el chavismo en la previa a las elecciones de julio pasado.
No es la primera vez que González Urrutia viaja a la Argentina, más bien todo lo contrario: fue embajador de su país durante cuatro años, entre 1998 y 2002. Fue designado como representante de Venezuela en Buenos Aires por Rafael Caldera y continuó en el cargo durante los primeros años de Chávez (1999-2002). Vivió el final del mandato de Carlos Menem y la caída de Fernando de la Rúa.
La postal de Milei con el opositor venezolano se da en el marco de una serie de acciones concretas de la Casa Rosada para presionar a Maduro por la detención de Gallo. El jueves el Gobierno denunció a Venezuela ante la Corte Penal Internacional por el secuestro del gendarme y ayer hubo pronunciamientos por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de la Organización de Estados Americanos.
MC
Clima: 37 grados
Geografía: Luján, provincia de Buenos Aires.
Emoción original: tristeza
Factores de estrés: mosquitos
Factores de calma: Off. Y ese vaso de clericó a las siete de la tarde.
Emoción final: serenidad, esperanza, ¿resignación?
A todos nos pasó alguna vez –dijeron mis amigos F. y S.– , lo de tener que dormir a una mascota. Dormir no es matar, pero se dice así. También se dice: fulanito se nos fue. Eso es más raro porque uno imagina que el muerto se levanta y escapa. Estos amigos tuvieron que llevar a su perra a que le pusieran una inyección, pobrecita. Le dolía todo, estaba hinchada, le drenaron el pulmón tres veces, pero se hinchaba de vuelta. Cada vez que la drenaban, la perra mejoraba. O daba esa sensación. Pero la mejoría duraba poco y entonces el temor regresaba envuelto en otra frase. De “el fin está cerca” pasaban a “¿cuándo acaba todo esto?”.
Los niños –los míos, los de ellos– querían detalles: cómo era el procedimiento, dónde ocurría, qué se hacía con el cuerpo. Los adultos dimos las explicaciones de rigor: el procedimiento es una inyección, ocurre en esa bandeja de acero, el cuerpo se crema o se entierra. ¿Qué le hace esa inyección? La duerme para siempre. ¿Le duele? Más le duele estar despierta. Después de dormirla, nuestros amigos cremaron a su perra. Cada doliente agarró un puñado de ceniza y se la llevó a su casa. La perra quedó repartida entre la maceta de una hija, el cantero de la abuela y el río Luján. Desde acá escribo, luego de haberlos acompañado a despedirla.
A mí nunca me pasó (lo de tener que “dormir” a una mascota). No le dije eso a mis amigos, porque, cuando uno está frágil, necesita universalizar su tristeza. No me pasó porque mi infancia transcurrió en un lugar y, sobre todo, en un tiempo más salvaje. No existían tantos eufemismos para la muerte. De niña tuve muchos perros, casi todos murieron atropellados. El último por mi madre: no se dio cuenta de que Junior –anciano, ciego y sordo– dormía en el garaje, justo detrás de la rueda trasera. Tardó años en recuperarse (mi madre, el perro murió instantáneamente), pero no fue su culpa. En ese entonces, los perros andaban por ahí, sueltos, expuestos a peligros de los que nadie podía –ni se proponía– salvarlos. A mis padres no se le ocurría suavizarnos el impacto de esas muertes. No se estilaba. Los perros del barrio morían reventados en la ruta, o envenenados por un vecino malo, o atragantados con un hueso. Cada muerte era un desgarro, un dolor hondo como un abismo, un hueco en el patio de tierra de las casas, donde se enterraban los restos (a veces irreconocibles) del animal. Cada vez que visito una casa con parque, presupongo que hay al menos una mascota enterrada ahí.
Hace un tiempo que vengo con mis hijos a una casita que alquilamos en el campo. No tenemos perro propio porque le tengo terror al apego y, en consecuencia, a la pérdida. Hay una parte necrosada de mi corazón que pertenece a todos los perros que perdí y que, hasta hace poco, creía irrecuperable. Desde el primer día en nuestra casita de campo, se nos instaló una perra callejera que aparece cuando llegamos y desaparece cuando nos vamos. No pienso caer en el cliché de ponderar su inteligencia, su sensibilidad, su intuición, su belleza baqueteada. Diré que, cada vez que nos recibe, mezclando dosis perfectas de cariño y desapego, hay algo que se me sana adentro.
La perra nos acompañó a la despedida en el río. En el camino de regreso repasé los discursos para hablar de la muerte que fui aprendiendo a lo largo de la vida, por si alguno de mis hijos insistía en preguntar. Un adulto, sobre todo si es padre o madre, tiene el mandato de camuflar una verdad cruel en un nombre esperanzador. O una verdad esperanzadora en un nombre cruel, según el caso. Pero volvimos callados, como cualquier otro día, esquivando charcos, espantando mosquitos, con la luna a pleno día y la perra a un costado. Me pareció bien así.
MGR/MG
La enfermedad y su impacto en la vida, la literatura y el cine se reflejan en obras como Los diarios del cáncer de Audre Lorde, quien transformó su experiencia en un testimonio feminista. Películas como Tierra de Sombras, Mi vida sin mí o Vivir exploran la lucha, la muerte y el sentido de trascendencia frente a este desafío de vida.
“Iba a morir tarde o temprano. Mis silencios no me habían protegido. Tampoco las protegerán a ustedes”: frases muy citadas fuera de contexto que pertenecen a Los diarios del cáncer, de Audre Lorde. Figura crucial del feminismo de la Segunda Ola, “negra-lesbiana-madre-poeta-guerrera”, como le gustaba definirse. Defensora de los derechos civiles de los afronorteamericanos y exploradora de la identidad femenina negra, Lorde empezó a hacer anotaciones en 1978, cuando recibió el diagnóstico de cáncer de seno. Un muy fuerte testimonio esos Diarios donde se interroga, entre otros temas, sobre la relación entre enfermedad y el estatus de las mujeres. Audre, rodeada del amor de su pareja de entonces y de sus amigas, eligió la ablación después de estudiar todas las chances y consecuencias de distintos tratamientos, manteniendo siempre el derecho a la autodeterminación como paciente. Y se negó a disimular su pecho faltante recurriendo a una prótesis. La peleó sin descanso, sin parar sus actividades hasta fines de 1992. Antes de morir fue bautizada en una ceremonia africana con el nombre de Gamba Adisa -la guerrera que se hace escuchar-.
Por aquellas fechas de fines de los '70, otra escritora, pensadora, cineasta que había encarado un cáncer de mama en 1975, dio a conocer en 1978 el ensayo La enfermedad y sus metáforas, donde se refería francamente a los fantasmas atados a esa dolencia y criticaba el lenguaje bélico empleado al respecto. No es un castigo por una falta moral, dice Sontag eximiendo de responsabilidad a quienes contraen cáncer. Hay que mirarlo de frente, sin metáforas. Según la prestigiosa intelectual, la enfermedad es la zona de sombra de la vida, nacemos con esa doble nacionalidad.
Un repaso rápido y un tanto azaroso permite comprobar que el cáncer -aunque presente ya en tiempos pretéritos de Hipócrates- se demora en aparecer en la literatura, el teatro, el cine. Y cuando lo hace, se lo ofrece sin el halo romántico que suele rodear a la tuberculosis. Para muestra, dos ficciones del siglo XIX, luego llevadas a la ópera con gran suceso: Escenas de la vida bohemia, de Henri Muger, versionada líricamente en La bohème, de Puccini, 1896; y La dama de las camelias (1852), de Alejandro Dumas convertida en archipopular ópera por Verdi y su libretista Piave. Dos chicas tuberculosas de buen corazón pero de vida galante, Mimí y Violetta, que se mueren cantado. También llevada al teatro y al cine -la mejor, la suprema Garbo-, La dama... encontró una variación sensiblera aggiornada en 1970, en Love Story, que proponía una leucemia fulminante de la protagonista pobre mas decente -exaltada por Ali McGraw- que se casa con chico rico que desobedece a su padre millonario, etcétera. Con más de 50 años, este film basado en el best-seller de Boris Segal sigue empapando pañuelos desde plataformas, y hay quienes se atreven a repetir su lema: “Amar es nunca tener que pedir perdón...”.
En el cine y en la tevé, el cáncer atrapó a una mayoría de mujeres desde Amarga Victoria (1939) con Bette Davis ocultando entre sonrisas su tumor cerebral. Más tarde, el cáncer de mama con consecuencias fatales arrasó boleterías vía exitazos lacrimógenos como La fuerza del cariño (1983) o Quédate a mi lado (1998).
Una pionera sin demagogia y con genialidad, Agnès Varda narró en tiempo real la ansiosa espera del resultado de los análisis de una cantante girando por París en la pieza maestra Cléo de 5 a 7. Otra directora, Isabel Coixet, trató delicadamente el tema del cáncer en una etapa avanzada en dos films muy logrados: Mi vida sin mí (2003) con la maravillosa Sarah Polley, joven trabajadora con dos hijos que ante el diagnóstico que le anuncia tres meses de vida, elige emplear ese tiempo en cumplir varios deseos, en vez de hacer un tratamiento inconducente; y en Elegy, 2008, sobre novela de Philip Roth, otra notable intérprete, Penélope Cruz, encarna a la novia de un maduro profesor que la acompañará en los tramos finales de su cáncer de mama. Y ya que estamos entre actrices estupendas, bien vale nombrar a la Debra Winger de Tierra de sombras (1993), enamorada de otro académico (Anthony Hopkins), ella tomada por la misma enfermedad. Un film altamente conmovedor basado en el hermoso libro autobiográfico de CS Lewis Una pena observada.
Entre la minoría masculina de personajes arrasados por el cáncer en otras zonas del cuerpo en el cine del siglo XX, cómo no mencionar al protagonista de Vivir (1952) de Kurosawa, un funcionario mediocre que se abandona frente a al pronóstico de escasos meses de vida, pero reacciona cuando se compromete con una misión que sabe que va a mejorar la vida de muchos niños. Y un año antes, Robert Bresson presentaba la mística Diario de un cura de campaña donde un joven sacerdote muy enfermo lucha contra sus dudas sobre la fe para finalmente aceptar la voluntad de Dios y confiar en que “todo es gracia”. Y dos más por el mismo precio: el personaje masculino de Las invasiones bárbaras (2003), de Denis Arcand, que opta por la eutanasia cuando ya no quedan esperanzas, y el inolvidable viejo, chinchudo por fuera pero tierno y justiciero por dentro, de Gran Torino (2008), de Clint Eastwood.
Párrafo aparte para hacerle un homenaje a la exquisita Thelma Biral que en 2007 dio vida verdadera (escénica) a un niño enfermo de cáncer con los días contados en la obra teatral Oscar y la dama rosa, cuyo autor, Carl Emmanuel Schmitt, había pedido que ese papel lo hiciera una actriz.
Además de un coro familiar afectuoso y solidario, se necesitaban tres cariátides para sublimar a través de palabras e imágenes esa plétora de emociones que trae consigo un diagnóstico de cáncer de mama a los 35, las vicisitudes de una cirugía, la quimio y sus consecuencias... Tenemos en primera instancia a una protagonista indiscutida, Florencia Curi, la que puso –a su pesar– el cuerpo, la que sintió el miedo en carne propia, la que tomó la pluma que la elevaría por encima de una montaña de emociones. Una chica de Chajarí, Entre Ríos, licenciada en realización de cine, fotógrafa profesional, ganadora de concursos, llena de proyectos, autora del corto Mujer de tierra y de los guiones de los largos Soñando a Madame Editha y Paloma y Dora. Ella, que se abraza ahora con sonrisa de pura felicidad al libro Montaña. Crónica de un cáncer, responde más abajo a las preguntas de Damiselas en apuros.
Florencia tuvo dos coprotagonistas imprescindibles en esta gesta, amigas de fierro con las que comparte ideario y visión del mundo, compañeras de estudios, dispuestas a poner los dos hombros en lo que hiciera falta. Y lo que hacía falta, más allá de la cercanía, los mimos, el incentivo, era precisamente concebir, diseñar, escribir, dibujar, editar un libro sobre esta contingencia del destino.
Marianela Müller, creadora de las imágenes del libro, es gestora cultural, ilustradora mediante acuarelas y otros recursos, especializada en literatura infantil y juvenil, becada por el Fondo Nacional de las Artes por su proyecto de juegos Criaturas Mágicas, Personajes e Historias para Armar. Y Maite Diorio era justo la figura que faltaba para completar este plan: editora, licenciada en cine, productora, asistente de dirección en films de animación, de ficción, documentales.
Entonces, con Flor encabezando naturalmente el elenco, el terceto hizo este camino de aprendizaje, de maduración, de rescate. Un recorrido sobre el que Florencia Curi aporta su sincero testimonio a continuación.
–Antes de recibir el diagnóstico ¿pensabas que el cáncer era algo que solo le podía pasar a otras mujeres? Y luego, cuando supiste que lo tenías, ¿sentiste que era una injusticia del destino, que no habías hecho nada para merecerlo?
–Antes del diagnóstico, nunca había imaginado que algo así podía sucederme. Siempre lo veía como una posibilidad lejos de mí, algo que les ocurría a otras personas. Pero cuando llegó, lo primero que me pregunté fue: ¿Por qué a mí no? Finalmente ¿por qué yo iba a ser la excepción?
–¿Qué respuesta encontraste?
–Esa pregunta abrió un sinfín de reflexiones. Me cuestioné mucho sobre mi vida: si estaba conforme con las decisiones que había tomado, si realmente había elegido lo que deseaba profundamente. Y sí, al principio lo sentí como una injusticia. En esas situaciones extremas, donde la vida y la muerte están en juego, solemos ser muy crueles con nosotros mismos. Nos preguntamos si lo merecemos o no, como si hubiera una lógica detrás de una enfermedad. Pero ¿qué significa realmente “merecerlo”? ¿Qué tan responsables somos de algo como el cáncer?
–Susan Sontag te habría desculpabilizado.
–Durante el tratamiento, lo que más me dolía era no poder tener una vida cotidiana como los demás. Envidiaba las cosas simples: salir sin preocupaciones, sentirme sana. Todo eso que a menudo damos por sentado, se convirtió en mi mayor ambición. Estar sana era lo único que deseaba. Y ahí entendí que, más allá de culpas o justificaciones, lo importante era aprender a transitar ese camino en pos de la curación.
–La decisión, el gesto de empezar a escribir ¿ya comenzó a transformar tu ánimo, tu enfoque? ¿Se te despertaron otras motivaciones?
–Definitivamente, escribir marcó un antes y un después. Fue una acción poderosa, como una forma de recuperar el control en medio del caos. Me permitió transformar el dolor en algo tangible, darle un sentido a lo que estaba viviendo. Escribir no solo me ayudó a procesar lo que sentía, sino que también me conectó con otras personas y sus historias, experiencia que me hizo sentir mejor, como si estuviera canalizando todo de una manera constructiva.
–Había otro proyecto en tu vida, además de recuperar la salud...
–Escribir me puso una meta. Me ayudó a focalizarme en un después, a imaginar un futuro más allá del presente que estaba atravesando. Fue una guía para mirar hacia adelante, un recordatorio de que había algo por lo que valía la pena seguir luchando. No era solo ponerle palabras al dolor, sino también abrir una puerta a la creatividad, a la posibilidad de que algo bello surgiera incluso en los momentos más difíciles.
–¿Cuándo entró a tallar el tan saludable sentido del humor y cuánto te ayudó en la comedia de la vida, que a veces es divertida y a veces viene con drama?
–El sentido del humor siempre ha sido parte de mi personalidad. Tengo un humor ácido desde que era niña, es un rasgo que forma parte de mi carácter. Los que me conocen bien saben que vengo con ese plus, y me aceptan tal cual soy. Soy capaz de hacer chistes de casi cualquier cosa. Con la enfermedad, el tono de mi acidez se intensificó, tal vez como una manera de fortalecerme frente a la situación. Al principio no lo veía tan claro, pero con el tiempo me di cuenta de que mi humor ya no era tan gracioso para todo el mundo. Sin embargo, para mí era una forma de desdramatizar, de salir un poco del drama, de que dejaran de mirarme con lástima. Lo usaba para sacar a la gente de su eje, para romper el hielo. Claro, hay momentos dramáticos donde el chiste no tiene cabida, y ahí también aprendí a respetar el silencio. No es algo planeado ni programado, no es que diga “ahora voy a meter un chiste”. Simplemente me sale de manera natural, un enfoque para quitar solemnidad, para reírme de mí misma y así sobrellevar las contingencias de la vida. Esa mirada humorística siempre me ayudó a hacer que las cosas resultaran más livianas, a aligerar un poco el peso de la situación.
–El haber desarrollado guiones de cine, tener proyectos en este arte ¿te sumó a la hora de ponerte a escribir tu non fiction? Que además se completaría con la gráfica de Marianela Müller. ¿Dirías que fueron tal para cual en el trayecto?
–Haber trabajado en guiones y proyectos cinematográficos fue una ventaja clave para escribir Montaña. Crónica de un cáncer. Desde el principio, el libro fue concebido como una novela ilustrada, una combinación de texto e imagen, un procedimiento que para quienes venimos del ámbito audiovisual resulta más natural de desarrollar. Esto facilitó pensar los capítulos como unidades narrativas que integran palabras e ilustraciones con su propia lógica y simbolismo. Y en este camino, Marianela Müller y yo logramos una conexión creativa esencial. Su gráfica complementa el texto, añadiendo un lenguaje visual cargado de significado. Pero además de Marianela, el aporte de nuestra editora, Maite Diorio, fue crucial. Las tres formamos un equipo colaborativo donde cada decisión se tomó en conjunto, en un diálogo constante que correspondía la delicadeza del tema. El libro no busca ofrecer recetas ni respuestas, sino ser un compañero que invite a reflexionar y permita a la lectora, al lector sentirse acompañados en su propia experiencia.
–¿De qué van los guiones de Soñando a Madame Editah, y Paloma y Dora? ¿Estás en plan de realizar pronto alguno de estos proyectos?
–Mis proyectos de largometraje, como Soñando a Madame Editah y Paloma y Dora, son guiones cuya escritura parte desde una perspectiva de género, algo que siempre está presente en mis trabajos. Me interesa construir historias que no solo sean narrativas interesantes, sino que también aporten a visibilizar experiencias y problemáticas vinculadas con la identidad, las emociones y las relaciones humanas. Soñando a Madame Editah aborda la historia de Roberto, un hombre de pueblo que sueña con ser drag queen. La trama utiliza el humor como herramienta para explorar su transformación personal y mostrar cómo su decisión impacta en su entorno. Es un guion que escribimos en conjunto con Maite Diorio, que combina sensibilidad, comedia y crítica social, mostrando personajes con matices y vulnerabilidades, especialmente en un contexto de pequeña comunidad donde las expectativas sociales son fuertes. Por otro lado, Paloma y Dora es una road movie que escribimos junto a Santiago Diorio del Prado y se centra en la relación entre una mujer trans de 75 años y una adolescente, explorando la complejidad de los vínculos desde una mirada íntima. Aunque es una historia diferente, comparte con otros de mis proyectos la intención de destacar personajes femeninos diversos, potentes abordando temas que inviten a la reflexión. Ambos guiones aún están en etapa de desarrollo y esperan su momento para ser llevados a la pantalla, pero representan el tipo de historias que quiero contar: humanas, inclusivas, atravesadas por una perspectiva que no solo se refleja en el contenido, sino también la forma en que son pensadas y construidas.
–¿Qué importancia tuvo la presencia, el sostén de tus amigas en todo el proceso de recuperar la salud?
–Tener cerca a mis amigas fue fundamental durante todo el transcurrir del tratamiento. Ellas estuvieron ahí, sosteniéndome, acompañándome en los momentos más difíciles. Ese vínculo fue clave, porque me recordó permanentemente que no estaba sola, incluso en los días más oscuros. Siempre sentí que podía apoyarme en ellas, que podía contar con su fuerza y su empatía, lo que me ayudó a enfrentar el miedo y la incertidumbre. Creo que el entorno cercano tiene un impacto enorme cuando atravesamos esta clase de experiencias. Para mí, el apoyo de mis amigas y mi familia fue un refugio emocional y una parte esencial de mi recuperación. Y, a diferencia de esa idea romántica que construyen algunas películas donde un héroe llega para salvarte, mis verdaderos héroes y heroínas fueron ellos: mi familia y mis amigos. En ellos descubrí una capacidad inmensa de hacer cualquier cosa por mí, de sostenerme sin reservas. Su amor y su cuidado marcaron la diferencia y me hicieron sentir que, a pesar de los malos momentos, no estaba sola en este brete.
Este artículo se publicó originalmente en el sitio Damiselas en apuros.
MS/JJD
“Trabajé unos quince, veinte años como periodista. Hice dos mil entrevistas, si no fueron unas tres mil. (…) Soporté más de la cuenta la vida de periodista, más de lo que había imaginado que podría soportar el humo, los nervios, el ruido y el café frío o hervido de las redacciones en aquellos tiempos, lejanos y también cercanos, en los que había máquinas de escribir y humo de cigarrillos, lo soporté convencido y tal vez equivocado, creyendo que era el peaje o el inicio de una especie de camino que conducía a la literatura”, leemos en la página 108 de este proverbial canto a la amistad que es Faster (Híbrida, 2024), la adictiva novela recientemente publicada en nuestro país de Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964).https://www.instagram.com/eduardoberti_/
El trailer del libro diría algo así (hay que leerlo con esa voz de trailer). Dos amigos del secundario. Un fanzine escolar. Una oda a la amistad. Una entrevista a Juan Manuel Fangio. Una ceremonia iniciática. Una marea de recuerdos. La fascinación por un ex Beatles (George Harrison). Emerson Fittipaldi y su Copersucar. Modos de ser felices. Un escritor y sus desvelos. Alianzas que se tejen a solas.
Antes, una aclaración. Aunque mejor que lo diga el mismo Berti. “En general, estoy contando muy poco del plano real del libro. Es decir, cuando hago entrevistas –sobre todo con el palo más literario –, digo un amigo, un compañero. Pero si querés acá podemos decir que Fernán es Marcelo Fernández Bitar; digo porque me parece perfecto con la temática de esta sección. Hay cierta gente, digamos la del palo como dice Gloria (Guerrero), que lo entendió o lo intuyó”.
La información se relaciona con el otro personaje de Faster –cuya primera edición fue en 2021 en España, vía la editorial Impedimenta–, el periodista y amigo Marcelo Fernández Bitar, con quien Berti comenzó a escribir en diversos medios cuando no tenían aún veinte años –Canta Rock, Cerdos y Peces–, firmando al principio siempre juntos.
Entonces, la columna vertebral de nuestra conversación virtual –Berti vive fuera de nuestro país hace más de dos décadas; ahora mismo está instalado en Burdeos, al sur de Francia– será su vínculo con el periodismo de rock. Porque en Faster, más allá de la amistad, más allá de la vocación literaria o la escritura, lo interesante es cómo Berti va planteando en esa reconstrucción su lazo con el periodismo. Accedemos así a situaciones tensas, otras de amor y otras de odio al oficio.
- Nada es puro en Faster. Hay cosas que son verdad: que hacíamos una revista con Marcelo (Fernández Bitar), verdad; que conocernos tuvo que ver con los gustos musicales y con un viaje en un micro, sin dudas. Que la revista era de deportes, verdad; lo de (Juan Manuel) Fangio, totalmente cierto; que lo llamamos y que nos dijo vengan en tres o cuatro horas, es verdad. Después mezclé como hacen los directores de cine quienes condensan todo en una sola escena. Juego, imagino situaciones. Me divierto a partir de una cosa que es real.
- ¿En esa postal de ustedes haciendo la revista había una señal de futuro? ¿Imaginabas que el día de mañana te ibas a dedicar al periodismo y a la literatura?
- Te juro que no recuerdo haberlo pensado mucho. Yo desde muy chico jugaba al periodismo. Además, escribía textos breves o cuentos totalmente absurdos que leían mis tías, porque ellas eran profesoras de literatura. Más adelante grabé con un amigo que venía a casa programas de radio en casete: mi viejo me había regalado un grabador y era la novedad. Luego, con el tiempo, invité a mi amigo a que se uniera al Bulo de Merlín y lo que hicimos no era tan distinto. (Risas) Tal vez un poco mejor. Pero jugaba a estas cosas hasta que un día, ya en cuarto año del secundario, empecé a decir: “Bueno, tal vez esto es más que una diversión y me gustaría dedicarme al periodismo”.
- ¿Por qué empezaron firmando los dos juntos, vos y Marcelo Fernández Bitar?
- En general, preparábamos entre los dos las preguntas. Íbamos juntos a las entrevistas y nos sentábamos frente al entrevistado, pero después había uno que se encargaba de desgrabar, de darle forma a la nota, de editar. Entonces, el que firmaba primero es porque era quien había hecho el montaje, eso nos permitía cambiar y no ir en el mismo orden a la hora de la publicación. Eso nos daba también más visibilidad, podíamos firmar el doble de notas.
- ¿Es cierto que les decían Batman y Robin?
- La primera vez que lo escuché fue de la Negra Poli y de Skay (Beilinson), quienes se referían así de nosotros. Creo que se lo decían a Enrique (Symns), con quien eran amigos. Es que éramos dos niños con dieciocho o diecinueve años en ese momento, principios de los años 80.
- ¿Cuándo escribiste tu última nota en un medio gráfico?
- Lo último que firmé –y fíjate que ahora que lo digo es muy revelador– es una nota que me pidieron para la sección Cultura de La Nación después de la muerte de Gustavo Cerati. Hoy la escribiría de otro modo. A ver, con la misma admiración que hay o que intento transmitir en ese texto, pero aquí y ahora mi mirada de la carrera solista de Gustavo (Cerati) creció muchísimo. En ese momento, ese texto se lo pierde un poco. No es que lo minimiza, pero cuantitativamente no es tanto lo que le dedico.
- Tal vez no tiene el lado emocional que implica el paso del tiempo.
- La persona que estuvo viéndolo a Gustavo (Cerati) y que tuvo un vínculo cordial con él y que le hacía notas, coincidía con el Gustavo (Cerati) de Soda (Stereo). Mientras que con el otro, el solista, tuvo una relación más distante, lo que es absurdo pero que influye sin duda emocionalmente. A su vez, en cuanto a mi última escritura en torno al periodismo, se reeditó no hace mucho Rockología (Gourmet Musical, 2023) al que le añadí un capítulo. Sucede que encontré dos entrevistas viejas a (Luis Alberto) Spinetta que estaban publicadas pero medio incompletas. Entonces hice un capítulo acerca del álbum Privé (1986) aunque noto que tiene una mirada muy distinta. No sé. No digo que desafine o que desentone con Rockología, pero se nota el paso del tiempo. Que tampoco está mal.
- ¿Pero hubo un día puntual en que tomaste la decisión de dejar atrás el periodismo gráfico?
- En un punto, hubo una etapa intermedia. Yo estaba escribiendo cada vez más ficción. Pero sentía que la carga cuantitativa de trabajo de periodismo escrito me agotaba, me dejaba poco margen para la literatura. Como estaba en crisis con eso, lo charlaba con amigos. No recuerdo quién exactamente pero como mínimo dos de ellos me dijeron: “¿Por qué no te pasás a un medio audiovisual?” No era tan fácil decir: “Largo todo y me quedo a escribir en mi casa, solo”; me daba miedo esa apuesta como la soledad que podía también traer aparejada. Entonces, recién pude dejar la escritura periodística al empezar a trabajar con los hermanos (Josi y Daniel) García Moreno y Carmen (Moreno), la madre de Charly (García).
- ¿Cómo fue ingresar en ese universo desconocido?
- Si bien había hecho radio en una pirata en 1987, no tenía mucha idea de qué era hacer televisión. Yo traía un poco los vicios buenos y malos del Bulo de Merlín –mucho montaje, mucha edición–, lo que es caro para la tele, porque siempre es más barato realizar algo en vivo. Pero les gustó ese espíritu y logramos que Carmen (Moreno) aceptara. Esos fueron los años en que dejé prácticamente de escribir periodismo. Primero hicimos Rocanrol (1992) y luego La Cueva (1993). Sin embargo, luego ocurrió lo que menos me esperaba: la gente de FM Tango –una radio muy rockera en su origen, con Gustavo Noya y Daniel Morano (Alphonso S’Entrega) a la cabeza– me propuso hacer algo como Rocanrol pero de tango; era para un canal de cable que estaban armando. Entonces del periodismo escrito de rock pasé al documental televisivo de rock para terminar en el tango pero en la televisión. Por supuesto que no tenía mucha idea de tango, todo lo fui aprendiendo, descubriendo. Por suerte conté con Irene Amuchástegui y Gabriel Soria –hoy el sucesor de Horacio Ferrer al frente de la Academia del Tango– cerca, fue un lujo tenerlos de asesores.
- ¿Extrañaste el rock?
- De pronto, en tres años me fui prácticamente de ese mundo. Es que el universo del tango era muy intenso. Es cierto también que lo que estaba ocurriendo en el rock argentino a mediados de los años 90 no me entusiasmaba mucho. Había cosas interesantes pero en retrospectiva me sigue sucediendo lo mismo. Por otra parte, todo esto coincide con una amistad fuerte con Litto Nebbia, que estaba volcando prácticamente su sello Melopea al tango. Él estaba grabando un disco con (Enrique) Cadícamo y yo terminé haciendo el documental del álbum con Litto (Nebbia). Es que los dos estábamos en una rara sintonía: nos pasábamos todo el tiempo discos de tango. Era absurdo: vivíamos en otra época. Con el tiempo le dediqué a él mi libro Por qué escuchamos a Aníbal Troilo (Gourmet Musical, 2017).
¿Qué recordás del día a día en una redacción?
- Para mí fue una escuela enorme. Por un lado porque la presión del periodismo, el cierre para tal día y para tal hora, tal cantidad de caracteres, eso te tira abajo cualquier idea muy romántica que puedas tener de la escritura. Después se trata de encontrar cierta variedad dentro de esa máquina de hacer chorizos que puede ser el periodismo de actualidad. Ahora bien, siempre sentí que las notas que publiqué, te diría que prácticamente todas las que firmé en Página/12, las podría haber publicado uno o dos días más tarde y no cambiaba nada. Salvo que tuviese una primicia. Me acuerdo cuando Charly (García) me dijo: “Vení a casa que te quiero contar algo”. La noticia era que regresaba Serú Girán. Obviamente que me subí a un taxi y llegué a la redacción diciendo como en el sketch de Minguito Tinguitella: “Paren las rotativas”.
- Quizás ese espacio tuyo implicaba otro tipo de compromiso.
- Escribir en la sección de Espectáculos en Página/12 me daba libertad. Yo exploraba porque sentía que el diario lo permitía, incluso hasta lo incentivaba. Entonces no sé si mi experiencia periodística es la convencional. Uno, por no estar ligada a la actualidad pura. Y lo otro, por estar en un medio como Página/12 que buscaba todo el tiempo dar una vuelta de tuerca a los formatos tradicionales. Me acuerdo una nota que hice con Sandra (Mihanovich) y Celeste (Carballo) con el formato “verdadero-falso”, medio oulipiano. Yo preguntaba: “Se dice tal cosa, ¿verdadero o falso?” Y ellas contestaban. Pero a medida que avanzaba la entrevista, me di cuenta de que les estaba planteando un montón de cosas escudado en el verdadero o falso. En un momento les comento: “Se dice que son pareja”, pero enseguida les aclaro que si quieren no hablamos de esto. A lo que ellas me dicen: “No, hablemos porque nadie nos lo pregunta”. Creo que fue la primera vez que contestaron eso.
¿Qué sensaciones te genera si te digo El Bulo de Merlín, esa radio alternativa que levantaron en una casa en Olivos a mediados de los años 80?
- Hermosas. La sensación de estar haciendo lo que nos divertía, creando, inventando algo desde cero. Porque sabíamos que existían radio libres y radios piratas, pero la verdad es que nunca habíamos escuchado una. Era un mito abstracto. Hoy me doy cuenta de que fue un laboratorio para jugar con los límites entre ficción y realidad, para ver cómo se puede sacudir un género desde adentro. Como digo en Faster: “Hacer periodismo es aprender en público”. Pero lo hicimos con mucha complicidad de los oyentes.
- ¿Recordás algún momento particular de El Bulo de Merlín?
- Los sábados a la noche hacíamos una sección que se llamaba “El rally del dial”. Era un juego que consistía en mandar a los oyentes, por ejemplo, a buscar si estaba sonando “Sin gamulán” de los Abuelos de la Nada en otro radio. Entonces, los oyentes tenían que dejar de escucharnos a nosotros y salir a buscar en las otras cuál estaba transmitiendo esa canción. Después nos tenían que llamar antes de que termine para decirnos el nombre de la radio. Pero en el medio se nos perdían oyentes y se nos plantaban un montón de otros porque tal vez les gustaba la radio nueva o porque no encontraban nuestra señal, que era muy frágil. Claramente lo que hacíamos era un disparate. Eran ideas muy audaces o muy suicidas para los criterios de rating o de eficacia que podría tener una radio tradicional.
- Arrancaste tranqui en el mundo editorial: Spinetta – Crónica e iluminaciones (Editora/12, 1988). ¿Cómo lograste que Luis Alberto Spinetta accediera? ¿Qué buscaban con ese sumergirse en la máquina del tiempo que implicó el libro?
- Hace unos años lo reeditamos junto con Cata (Spinetta), su hija, y con Patricia (Salazar), la madre de sus hijos. No metí mucho mano, salvo algunas erratas que supieron marcarme Rodolfo (García) y Emilio (Del Guercio). No obstante, más que nada fue como hacer un nuevo packaging y, por ejemplo, incluir las fotos de Dylan (Martí) que Luis (Alberto Spinetta) había querido y que todos habíamos querido. En ese momento, no daba ni el presupuesto ni la calidad de impresión en la Argentina para sacar un libro con fotos en papel ilustración. Igual releyéndolo me sorprendí de un montón de cosas. Primero, por momentos, me quería matar a mí mismo. Me dio ganas de viajar en el tiempo y realizar ciertas preguntas que no hice. A favor –para no ser nada más autocrítico–, me sorprende su enorme generosidad y paciencia. Porque el libro es muy fiel. Luis lo leyó y si bien hay un par de cosas que añadió y corrigió, la generosidad que tuvo fue enorme. Recuerdo también que un momento empezó a cansarse de mi método.
- ¿Cómo fue eso?
- Tal vez para él se volvió rutinario recordar el pasado. El formato que elegí estuvo inspirado en el libro El cine según Hitchcock (Alianza Editorial, 1966) de François Truffaut y también un poquito en El montevideano (Ediciones Trilce, 1987) de Milita Alfaro, un texto sobre Jaime Roos que me sirvió de referencia a la hora de ir en orden cronológico, disco por disco, canción por canción. Eso tal vez fue un error de mi parte y volvió al trabajo un poco previsible. Aunque él –en dos o tres momentos en que yo quise cambiar el método– se resistió: en el fondo, Luis estaba tirando de un gran hilo. Ahora lo que me pregunto es por qué hizo este libro conmigo. Lo hablamos mucho con Patricia (Salazar)y con Cata (Spinetta). Yo tengo dos teorías. Una, que yo era muy pendejo.
- ¿Qué edad tenías?
- Cuando lo fui a ver, tenía veintiún años. Yo no era parte del mainstream del periodismo de rock. Aunque, honestamente, no creo que Luis haya especulado con eso. En cambio, el hecho de verme pendejo tal vez le dio ternura, no sé cómo llamarlo. Pero la clave es que en ese momento Dante (Spinetta), que era el más grande de sus hijos, le ponía su propia música. Y Luis se tenía que bancar que sonaran esos discos. Creo que había una mezcla de eso con una necesidad de transmisión; el hecho de que le estaban contando algo a un chico cuya edad estaba más cercana a la de Dante que a la suya. No obstante, es raro: me estoy metiendo en la cabeza de él y estoy haciendo teoría, pero no me parece tan descabellado.
- A mí tampoco, pensando en la influencia de los hijos. Por ejemplo, Migue García que le marca la cancha al Charly de Serú Girán: le pide que deje de componer canciones con tantos saltos y contrapuntos y haga algo más lineal.
- Totalmente. Por eso Charly (García) hace Clics modernos (1982). Migue (García) me ha dicho que cuando él se empezaba a copar con una cosa de Serú (Girán), se la cambiaban. En ese punto, Luis (Spinetta) me ha comentado que Dante (Spinetta) fue clave para el sonido de Privé (1986).
- Pasaron más de tres décadas y cuatro reediciones de Rockología (AC Editora, 1989), una puesta al día en los años 80 de los cambios que se habían dado en el mapa sonoro del rock, con conversaciones muy nutritivas con distintos exponentes del rock argentino (de Litto Nebbia a Daniel Melero, de los Redondos a Soda). Pensar todo lo que le costó a la industria editorial reconocer a la literatura proveniente del rock.
- Es cierto. Primero costó que las editoriales se tomaran en serio la idea de sacar un libro de rock; más allá de los antecedentes excelentes de los libros de Juan Carlos Kreimer y Miguel Grinberg –me sigo sacando el sombrero ante las cosas que ellos hicieron–, pero es cierto que por un momento la apertura fue: “Bueno, un libro de Charly, un libro de Spinetta, y nada más”. Sí, está muy bien pero eran apuestas más o menos seguras y un poco obvias. Hoy llegamos a libros sobre una canción, ya la lupa ha llegado al otro extremo; lo que es maravilloso. Pero lo que tuvo Rockología es que no puso el eje tanto en el músico o en la banda, sino en entrarle desde otro costado al rock.
- ¿Qué libro fue tu modelo en este caso?
- Como muchos de mi generación, yo había leído Sociología del rock (Jucar, 1980) de Simon Frith, que fue importantísimo; esos libros que te abrían el bocho y que te dan pautas. Incluso El tango (Planeta, 1986) de Horacio Salas, que te daba ganas de hacer lo mismo con el rock. A su vez, los libros sobre jazz con un enfoque de la jazzología. En el medio, era el boom de las carreras humanísticas, vamos a decir estudios culturales, y yo recibía en Página/12 a un montón de pibes –quienes tenían casi mi edad, a lo sumo dos años menos– que estaban terminando algún tipo de tesis o de laburo universitario y que venían a charlar conmigo, pero sobre todo llegaban desesperados porque no había nada de material. Por mi parte, ya había empezado a cranear esto, tenía apuntes y algunas notas que iba publicando en la revista El Porteño. Eduardo Blaustein me dijo un día: “Tenés que hacer un libro de rockología”. Yo le dije: “Te robé el título”. (Risas) Estos chicos que venían me confirmaban esta intuición: faltaba un abordaje así. Creo que si no lo hacía yo, lo iba a hacer algún otro; o sea, había gente como Pablo Schanton, como muchos otros, que iban a llegar a eso.
“Hasta ayer, hasta ahora que escribo estas líneas, Fernán siguió trabajando como periodista y crítico de rock. A veces leo sus artículos, espío su actividad, veo el merecido prestigio y el cariño que cosechó, e imagino que hizo eso, a fin de cuentas, para mostrarme cómo habría sido mi vida si no hubiese abandonado el periodismo, si no me hubiese mudado al país de la ficción”, leemos en la página 112 de Faster. ¿Cómo continúa tu mudanza al país de la ficción?
- No lo sé. Cuando me fui de Argentina, me vine a vivir a Francia, y esa distancia me ayudó a poder concentrarme más en la escritura. Tenía menos tentaciones y el mundo del periodismo me quedaba más lejos. Entonces eso me permitió meterme más de lleno en la escritura. Fue una mudanza de a poco, sin darme cuenta, pero sabiendo que quería mudarme ahí; no como una oposición, como una antípoda del periodismo, sino como una necesidad genuina de instalarme ahí. Otra lógica de laburo: tener más tiempo para leer, para escribir; elegir más en la primera fase de transición lo que quería hacer de periodismo; elegir más el tipo de periodismo que quería hacer.
- ¿Cómo te llevas con escribir en castellano con tantos años viviendo en Francia? ¿O ya hiciste la gran Samuel Beckett, que terminó escribiendo en francés?
- Lo estoy haciendo. Me ocurrió con Una presencia ideal (Alianza Lit, 2021) que es el libro que cuenta el cotidiano del personal sanitario en un hospital de acá. Es tan francés todo en el texto –el mundo que yo estaba descubriendo, la oralidad que quería trabajar de las enfermeras–, que no lo pude escribir en castellano. Entonces eso me abrió una ventana, que no significa dejar el castellano: le agregué una habitación más a la casa. Después de haber compuesto toda mi vida con la guitarra, ahora de vez en cuando escribo con el piano. Pero te digo que fue más duro escribir en castellano cuando vivía en España. (Risas)
Este miércoles 15 de enero finalmente Faster tendrá su presentación en la Argentina. El lugar elegido es la Librería del Fondo, Costa Rica 4568, Palermo. A las 18:30 hs, con entrada libre y gratuita. Eduardo Berti, desde Francia, y acompañan el editor Sergio Criscolo, el periodista Marcelo Fernández Bitar y la escritora Natalia Zito.
Nuestro próximo invitado será Raúl “Dirty” Ortiz.