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En el Instituto Patria dicen que van a “convocar a todos”, pero los que acompañaron a Ricardo Quintela quedaron heridos y desafían su conducción. Siguen las provocaciones y el enojo con Axel Kicillof, además del señalamiento a los que se desmarcan.
Cristina Fernández de Kirchner tiene despejado el camino para conducir el PJ Nacional, aunque sabe que será un desafío complejo. La decisión de la jueza María Servini de rechazar la solicitud de Ricardo Quintela la dejó como candidata única y, a partir del 17 de noviembre, deberá ponerse al frente de un partido que ve “desorganizado” y fragmentado. Si bien promete amplitud, el mandato de la expresidenta no será respetado por todos, principalmente por quienes se encolumnaron detrás de la aventura del riojano. Además, tiene por delante la tarea difícil de resolver su vínculo con Axel Kicillof, con una distancia que hoy parece no tener vuelta atrás.
En el Instituto Patria, donde hasta hace un día maldecían a Quintela por haber metido el futuro del PJ en el terreno judicial, recibieron con algo de alivio la decisión de Servini. “Lo de Quintela no resistía un análisis, pero algunos pensamos que iba a tardar más, porque habitualmente la justicia demora”, confió a elDiarioAR un armador del peronismo, activo en la confección de la lista de Cristina.
Cerca de la expresidenta agradecen que se haya cerrado el capítulo judicial, aunque saben que el hecho de no competir contra Quintela la pone en una situación de debilidad, ya que repiten que ella buscaba “medirse y revalidarse” en las urnas contra el riojano. La reacción inicial el entorno de Cristina fue prometer que ahora se vendrá una etapa de amplitud.
Según pudo indagar elDiarioAR, en el Patria están con mucha voluntad de mostrarse aperturistas, no rencorosos, y de negociar, y en ese contexto es probable que la semana próxima haya una reunión entre Cristina y Quintela, según trascendió el viernes por la noche.
En un primer momento había trascendido que le ofrecieron la Comisión de Acción Política del partido y él la rechazó, pero buscarán que haya más conversaciones que la de los cargos partidarios. En el sector de Cristina están convencidos de que Quintela tiene que estar “adentro, como todos los afiliados”. De todas maneras, persiste la indignación con Axel Kicillof por su silencio suizo cuando la interna entre ambos estaba planteada. Esperaban que, naturalmente, expresara su apoyo a la expresidenta. Pero nunca lo hizo.
El jueves, en las horas previas a conocer la decisión de Servini, los candidatos a vice se reunieron con Cristina. El jefe del bloque de Unión en el Senado, José Mayans, llevó a los medios la voz cantante y detalló que la expresidenta les pidió “convocar a todos” en caso de que la jueza rechazara el pedido del riojano, como finalmente sucedió. “Lo primero que nos dijo con respecto a la interna fue 'esperamos el fallo y si es favorable, acá se terminó todo, convocamos a todos para construir un modelo distinto al que estaba llevando a cabo Milei'”, reveló el formoseño en radio 10.
Sin embargo, después de eso llegaron algunas reacciones más ambiguas. La primera fue que no hubo una rápida contención de la gente de la lista de Quintela. El cristinismo no le perdona el gesto “descortés” de no haber atendido su llamada y no haber ido a verla cuando ella buscó negociar. Al riojano ahora le ofrecieron encabezar la Comisión de Acción Política, una mesa sin demasiada incidencia en las decisiones partidarias. Rechazó la oferta y dejó trascender que desconocerá la conducción de Cristina. “A los demás no nos ofrecieron absolutamente nada”, aseguró a elDiarioAR un dirigente que ocupaba uno de los primeros puestos en su lista.
Mientras algunos prometen tener una “vocación frentista” que busque consensos para construir un “peronismo amplio” –donde piensan incluir algunos sectores perjudicados por Milei, como los estudiantes y pequeños empresarios–, puertas adentro también admiten que arrancará una etapa de depuración. Lo planteó la propia Cristina hace dos semanas en Smata, cuando habló contra los “Judas y Poncio Pilatos” del peronismo. En ese momento lo hizo para dejar trascender su malestar con Kicillof, aunque también apuntó a gobernadores como el tucumano Osvaldo Jaldo y el catamarqueño Raúl Jalil. Ambos objetivos –la voluntad de ampliar y la búsqueda de “purismo”– entrarán en tensión.
Luego de que la tensión entre Kicillof y Cristina escalara a niveles inéditos, en los últimos días hubo una decisión del gobernador bonaerense que algunos interpretaron como un “giro” en su estrategia. Gabriel Katopodis, ministro de Infraestructura bonaerense, fue uno de los miembros de la Junta electoral del PJ que rechazó la lista de Quintela por falta de avales. Luego de eso, intendentes y exintendentes cercanos al gobernador, como Fernando Espinoza, Julio Pereyra, Andrés Watson y Alberto Descalzo, entre otros, se sumaron a cuestionar al riojano por la “judicialización” de una discusión que debía ser política. En la gobernación aseguraron que Kicillof compartía la postura de ese grupo, en el que sobresalió su vice, Verónica Magario.
Esa decisión, que para muchos fue una “marcha atrás” de Kicillof, no alcanzó para el kirchnerismo. “Axel tenía la posibilidad de expresarse y no lo hizo. Es el único peronista importante de la Provincia que no se expresó a favor de Cristina. Salieron todos menos él. Su estrategia fue mandar a los ministros, pero no alcanza, queda expuesto que es el único que no habló”, dijo a elDiarioAR un dirigente de trato cotidiano con Cristina. En ese sector creen que hubo una estrategia coordinada por Andrés “Cuervo” Larroque y Carlos Bianco, dos personas de la mesa chica de Kicillof, en la que decidieron “emanciparse” de Cristina.
Las heridas de Cristina no están sanadas. Lo expresó el camporista Wado de Pedro en una entrevista este viernes en radio Con Vos, donde reconoció: “Me hubiera gustado que Axel se pronunciara a favor de Cristina hasta por una cuestión sentimental, me gusta que estemos juntos. No puedo concebir que esté en otra cosa, me duele y lo veo raro; no le hace bien a él como persona”. Luego opinó que “no es lógico” que el gobernador no acompañe al espacio con una declaración: “Me parece que se perjudica él. ¿Qué está pasando que algo de sentido común no está sucediendo?”. El modo en que se resuelva esa tensión será una señal clave -de eficacia o de fracaso- del desembarco de Cristina en el PJ.
LA/MG
Por segunda vez en tres siglos, este 5 de noviembre una mujer puede ganar la Casa Blanca. La demócrata Kamala Harris busca vencer el martes al ex presidente republicano Donald Trump: en la cuenta regresiva, las preferencias por la candidata oficialista crecen día a día. La participación del 50% del padrón masculino, autoidentificado como ‘muy masculino’, será decisiva en un resultado que todo anuncia estrecho.
Evocar el pretérito imperfecto de las desigualdades de género puede resultar tan tónico como doloroso. No es casual que muchas veces olvidemos los detalles exactos y las aristas cortantes de una historia política por demás violenta, brutal, y breve. Fue menos de un siglo atrás cuando por primera vez una mujer ganó el poder en elecciones democráticas libres, pluripartidarias, competitivas. Y no fue en Occidente. Fue en el Sur Global, en el Océano Índico, en la nación insular de Ceylán independizada del Imperio Británico en 1948 y llamada Sri Lanka a partir de 1972, donde en 1960 un triunfo avasallador hizo de la oficialista Sirimavo Bandaranaike primera ministra en su país y primera mujer en el mundo elegida jefa de gobierno. Hasta 1970, sólo otras dos democracias habían votado mujeres como titulares del Poder Ejecutivo: la India a Indira Gandhi e Israel a Golda Meir, una y otra candidatas oficialistas.
De los 190 países miembros de la ONU, sólo el 31% ha colocado al menos una vez en su vida política nacional a una mujer al frente del destino del Estado. En octubre de 2024, sólo 13 sobre 190 países tienen una mujer como jefa de gobierno.
De los 190 países miembros de la ONU, sólo el 31% ha colocado al menos una vez en su vida política nacional a una mujer al frente del destino del Estado. En octubre de 2024, sólo 13 sobre 190 países tienen una mujer como jefa de gobierno. El más reciente en elevar una candidata a la presidencia fue México, que en junio eligió a Claudia Sheinbaum, candidata del partido oficialista MORENA. Hoy la imagen positiva de la presidenta heredera y sucesora de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ronda los 70 puntos.
EE.UU. no ha conocido ninguna candidata victoriosa a la presidencia. Desde que el 30 de abril de 1789 George Washington juró en Nueva York como primer presidente por la flamante Constitución de 1787. Y hasta que Joe Biden lo hizo en Washington el 20 de enero de 2021 por la misma Constitución (pero ya enmendada en 29 ocasiones) como 46 presidente.
En 2008, las primarias del partido Demócrata habían optado por darle al precandidato Barack Obama la chance de ser el primer candidato oficial presidencial partidario afroamericano. Lo que significó quitarle a la precandidata Hillary Clinton la chance de ser la primera candidata presidencial oficial partidaria. En las primarias demócratas de 2016, la precandidata Hillary Clinton se impuso sobre el precandidato multimillonario, socialista y judío Bernie Sanders. Al fin de julio, la esposa del dos veces presidente Bill Clinton fue proclamada candidata oficial a la presidencia por la Convención partidaria reunida en Filadelfia. En las elecciones del martes 8 de noviembre de 2016, la candidata presidencial oficialista Hillary Clinton fue vencida por su rival republicano Donald Trump.
La vicepresidenta y candidata presidencial demócrata Kamala Harris es la segunda candidata presidencial mujer competitiva en la historia de EEUU, y la primera ‘mujer de color’ candidata. Es la primera vicepresidenta de EE.UU., y ninguna otra ‘mujer de color’ ha ocupado antes un cargo de igual rango en la administración pública del Estado. En 2008, el electorado de EE.UU. hizo del demócrata Barack Obama el primer candidato negro en ganar la Casa Blanca, y lo reeligió presidente cuatro años después. En 2016, Hillary Clinton perdió la presidencia por faltarle votos en el Colegio Electoral, pero ganó en el voto popular: individualmente, como candidata singular, sumó más votos que el vencedor Trump.
Una diferencia brutal salta a la vista entre dos aspirantes demócratas a la presidencia anteriores a Kamala Harris, uno afroamericano y otra mujeres: Barack Obama ganó (tres veces, la nominación partidaria en 2008 como precandidato, la presidencia en 2008 como candidato opositor, la reelección en 2012) y Hillary Clinton perdió (dos veces, la nominación oficial demócrata en 2008 como precandidata, la presidencia en 2016 como candidata oficialista).
En líneas generales, y superficiales, estos números y estos hechos insinúan que prejuicios étnicos y sexistas resultan al fin de cuentas indiferentes o irrelevantes para determinar el voto presidencial decisivo. Sin embargo, aun sin ir más lejos, ya con solos estos datos una diferencia brutal salta a la vista entre aspirantes demócratas a la presidencia anteriores a Harris. Que Barack Obama ganó (tres veces, la nominación partidaria en 2008 como precandidato, la presidencia en 2008 como candidato opositor, la reelección en 2012) y que Hillary Clinton perdió (dos veces, la nominación oficial demócrata en 2008 como precandidata, la presidencia en 2016 como candidata oficialista).
Como las de Hillary Clinton, las ambiciones presidenciales de Kamala Harris empezaron con una derrota como precandidata en las primarias demócratas. El fin de las internas partidarias de 2020 llegó mucho antes para Harris, que abandonó tempranamente la competencia. Muy tempranamente: en enero de 2019 había anunciado su postulación y en diciembre de 2019 retiró su precandidatura: a su campaña le faltaba financiación, dijo. El retiro de Harris había precedido el inicio efectivo del proceso electoral interno, que empezó en Iowa en febrero para proseguir accidentadamente en los meses siguientes en los restantes 49 estados de EEUU. Virtual ganador de las primarias demócratas del año de la pandemia y la baja concurrencia efectiva a los locales de votación, Joe Biden anunció en agosto de 2020 que Harris sería su compañera de fórmula y candidata oficial a la vicepresidencia para las elecciones que habrían de ganar el martes 3 de noviembre.
Como presidente en funciones que busca un segundo mandato consecutivo, Joe Biden triunfó sin gloria, obstáculos ni oponentes en las primarias partidarias de 2024. El nombre de la vicepresidenta Kamala Harris figuraba, nuevamente, como el de su compañera en la reiterada fórmula electoral. Todo lucía como que el ahora casi nonagenario presidente sería, como en 2020, el mismo candidato demócrata que otra vez disputaría la Casa Blanca con el mismo ex presidente y candidato presidencial, el ahora casi octogenario republicano Donald Trump.
Pero la catastrófica performance televisada de Biden en el primer y único debate que mantuvo contra Trump hizo crecer la presión interna en el Partido Demócrata, en los medios afines, y entre donantes y financistas de campaña, para que el Presidente retirara su candidatura y cediera el primer lugar del binomio a su vicepresidenta Harris. Lo que ocurrió, y fue Harris la candidata presidencial oficial demócrata proclamada por la Convención partidaria reunida en agosto en Chicago.
La defección de Biden que hizo de Harris una candidata presidencial fue guiada por motivos semejantes a los que hicieron de la ex Fiscal General y senadora por California una candidata vicepresidencial. Aun cuando el obrar del Presidente en 2024 fuera menos espontáneo que el del Candidato en 2020. Motivos exteriores, prácticos, expeditivos no fundados en un examen intrínseco de méritos o deméritos personales de Harris. Es una figura representativa. Estaba en la fórmula. Y, según la intrincada normativa que legisla la financiación de la política en EEUU, la de Harris era la única opción que no significaba renunciar a los fondos de la campaña presidencial demócrata atesorados hasta entonces y empezar de cero. Harris resultó una gigantesca recaudadora de campaña, y desde el endoso de Biden a su candidatura sumó más de mil nuevos millones de dólares a la Causa.
A Kamala Harris le sigue pesando que su candidatura presidencial haya nacido de la mano o el dígito –forzado- de Joe Biden antes que del voto de la militancia y las bases demócratas. Perdió las primarias de 2020 y no se puede decir que haya ganado las de 2024. Más aún, la opinión más generalizada que se lee en los medios y analistas, aun o especialmente entre los favorables a la candidata, es que Harris nunca habría podido ganar, y menos que nunca en 2024, las primarias demócratas. Básicamente, en la línea de esa opinión, por ser mujer. Y por una forma de razonar del electorado demócrata. Menos conservador que el republicano sin duda, habría actuado guiado sin embargo por un prejuicio sexista ‘de segundo grado’. Es decir, ese electorado, según la editora de Sociedad de The Economist (el semanario liberal británico endosa a Kamala Harris), al elegir en internas partidarias entre la oferta de precandidaturas aquella que hallaran más idónea para vencer a Donald Trump, habría dejado de lado a una mujer por el hipotético rechazo que podría generar en hipotéticos votantes independientes cuya adhesión buscarían ganar. Verían a Harris como un riesgo innecesario y evitable, ¿por qué correrlo entonces? El suyo es un sexismo estratégico.
Durante décadas, EE.UU. lucía dividido en dos mitades, e incluso en dos mistades no desiguales, según los rasgos que volvían previsible su voto en las elecciones presidenciales. Pero las líneas de la división han cambiado.
La trampa del 'sexismo estratégico'. O por qué la candidata presidencial Kamala Harris nunca habría ganado las primarias demócratas 2024. Al elegir en internas partidarias entre la oferta de precandidaturas aquella que hallaran más idónea para vencer a Donald Trump, habría dejado de lado a una mujer por el hipotético rechazo que podría generar en hipotéticos votantes independientes cuya adhesión buscarían ganar. Verían a Harris como un riesgo innecesario y evitable, ¿por qué correrlo entonces?
La mayor división actual, y el más seguro predictor de comportamiento electoral, es el nivel de educación formal: el electorado que ha cursado la Universidad (white collars, de cuello de camisa) vota demócrata y el que no (blue collars y red necks, overoles azules industriales y cuellos enrojecidos de de trabajadores rurales, o ex obreros y ex peones, que sin embargo no agotan el universo electoral anti-elitista), republicano. La polarización racial ha menguado en nitidez como predictora de la conducta política, porque cada vez hay más votantes republicanos entre afroamericanos y latinos. En cambio, la brecha de género ha crecido como en ninguna otra democracia contemporánea en duración y magnitud. Y no sólo es una brecha según la tradicional ‘guerra de los sexos’ entre hombres que votan republicano y mujeres que votan demócrata. La división más honda, e irreconciliable, se da entre el electorado masculino según grados de ‘masculinidad’ mayor o menor.
Especialista en estudios de género y profesor e investigador en la Fairleigh Dickinson University, Dan Cassino registra una constante en sus demoscopias de los últimos dos años al menos. Cuando se pide a un grupo cualquiera de hombres que definan cuál es su grado de masculinidad, en EE.UU. aproximadamente la mitad siempre se va a colocar en el extremo mayor, sea cual fuere la escala de medición que se les ofrezca. Si la escala es de 0 a 100 puntos, la mitad de los varones va a atribuirse entre 90 y 100 puntos de masculinidad. Si es de 1 a 7, la mitad va a ubicarse en 7 puntos. Es este conjunto el que presenta rasgos comunes que anticipan su comportamiento electoral. Es este grupo el que es 35% más probable que vote por Trump que por Harris. Según las investigaciones de Casino, no es que sea más probable que los hombres voten republicano y las mujeres demócrata. La mitad ‘no supermasculina’ del electorado varón es indistinguible del electorado mujer: en esta mitad, Harris es favorita.
El grupo ‘supermasculino’ se subdivide a su vez en dos. Está el machismo consuetudinario. Votan por Trump, ya están decididos. Son republicanos línea dura. Son mayores de edad, son más blancos, son, por lo común, menos educados. Pero hay un segundo subgrupo, que crece, y que parece rodar suavemente en una pendiente que los conduce hacia Trump. Es un grupo demográficamente joven e integrado, desproporcionadamente, por jóvenes varones hispanos y afroamericanos que declaran valorar por sobre todo la masculinidad tradicional. Trump sabe encontrar ídolos de reguetón que cante para ellos. Cuando se les pregunta qué deben hacer los hombres, dicen que mirar deportes, no series. Los hombres son duros. Los hombres se pelean cuando hay que pelear. Pero inmediatamente, en las respuestas de los sondeos y entrevistas, estos jóvenes admiten que ellos no están a esa altura de masculinidad anhelada. Por lo tanto, favorecen las conductas sociales que los hagan ver, a sus ojos y esperablemente también a los de los demás, como más masculinos. Es la “trampa de la masculinidad”. Quieren ganar más dinero, y este es el grupo de personas que más invierte sus ahorros en especulaciones con criptomonedas. Compran meme-stocks (acciones bursátiles recomendadas en sitios crípticos en los que hay memes enigmáticos). Y piensan en votar por Trump. En la más estrecha de las elecciones presidenciales de EEUU.
En las elecciones presidenciales de 1840 rivalizaron en EEUU el ganador William Henry Harrison, presentado en su campaña como el candidato masculino, amante de beber sidra seca en su cabaña dede madera en el campo, y el millonario presidente Martin Van Buren, que perdió su reelección, presentado como blando, derrochón y, en suma, afeminado. Después jurar como presidente en un día helado del fin del invierno, Harrison habló durante dos horas: el más largo discurso inaugural pronunciado al aire libre sin vestir sobretodo ni calzar guantes. Un mes después, el 4 de abril de 1841, Harrison murió de neumonía. Fue el primer presidente de EE.UU. en morir en funciones, y la suya fue la presidencia más corta de la historia norteamericana.
AGB
Carolina del Norte, a cuyo paso el huracán Helene dejó un centenar de muertos, es clave para Donald Trump y Kamala Harris, pero también para la lucha sindical de los 5.000 trabajadores del almacén de Amazon en Garner. "Después de trabajar 40 horas, hay que hacer más horas más en Uber o McDonalds", afirma uno de los sindicalistas, Orin Starn
“A ver cómo se siente con nueve cañones disparándole”: el ataque de Trump a la republicana Liz Cheney por apoyar a Kamala Harris
“La realidad de los Estados Unidos es que es un capitalismo salvaje donde tenemos a un 1% que está viviendo una vida de riqueza surrealista, al tiempo que hay unos 70 millones de personas que ganan una miseria que ni les da para comer y, después de trabajar 40 horas, tienen que hacer más horas más en Doordash [comida a domicilio], Uber o McDonalds”. Orin Starn es antropólogo e investigador de la Universidad de Duke, además de uno de los promotores del sindicato CAUSE –Carolina Amazonians United for Solidarity & Empowerment– en el almacén de Amazon en Garner (Carolina del Norte): “Tenemos que cambiar eso si queremos ser una sociedad con un poquito de justicia”.
Starn, junto a otros compañeros del sindicato y del DSA –Democratic Socialists of America, partido que coopera ocasionalmente en las elecciones con el Partido Demócrata, como en el caso de Alexandria Ocasio Cortez, por ejemplo–, se encuentran recogiendo firmas entre los trabajadores que salen y entran del almacén para poner en marcha el sindicato en esta planta de Amazon donde calculan que hay unos 5.000 empleados.
“El proceso es complejo en Estados Unidos para montar un sindicato en una empresa”, explica Starn: “Primero tienes que recoger las firmas del 30% de los trabajadores, y el problema es que existe miedo, y la gente piensa que Amazon va a averiguar que han firmado y va a despedirlos”.
Starn también relata otros palos en las ruedas que pone la empresa: “Amazon no quiere darnos el número total de trabajadores, con lo que no sabemos exactamente cuál sería el 30%. Pero si logras conseguir este 30% de firmas, la Junta Nacional de Relaciones Laborales pondrá en marcha una consulta entre toda la plantilla, y si logramos un 51%, con eso ya tendríamos sindicato, lo que nos daría el derecho de negociar con Amazon”.
De los 110 almacenes que tiene Amazon en EEUU, solo uno tiene representación sindical, en Nueva York. Si los trabajadores de Garner lograran su propósito, el almacén RDU1, sería el segundo en todo el país. “El valor de mercado de Amazon es de dos billones de dólares, Jeff Bezos es el segundo hombre más rico del mundo con más de 200.000 millones de dólares”, argumenta Starn, “y es realmente injusto tener tanto dinero mientras sus empaquetadores están aquí ganando una miseria en un trabajo muy duro: somos los que empaquetamos y cargamos los camiones”.
“El trabajo es pesado, es lo que los científicos sociales llamarían taylorismo digital porque tu supervisor es el algoritmo y el ordenador te avisa porque tienes que hacer 180 paquetes a la hora, y si vas más lento, te meten prisa para ir más rápido. Y no hay ni una silla en Amazon, solamente en el comedor. Estás de pie todo el día. Y cuando llega a casa una caja de cartón de Amazon, pocos pensamos en los trabajadores y en cómo ese paquete llegó tan barato, tan rápido. Pero depende de la mano de obra, la creatividad y la fuerza de nosotros, seres humanos. Y eso tiene que ser reconocido”, afirma.
¿Las elecciones pueden ser una oportunidad para cambiar la situación? “El presidente es la persona que nombra el director de la Junta Nacional de Elaboración de Relaciones Laborales”, explica Starn: “Si vuelve Trump, va a hacer lo hizo en el pasado, y es poner en un organismo supuestamente encargado de defender los derechos de los trabajadores a un montón de abogados de derechas que están totalmente en contra de los sindicatos. En ese sentido, es mejor que gane Harris, pero tampoco los demócratas se han preocupado mucho por los estratos más necesitados en esta sociedad, hasta tienen miedo a decir la palabra pobre o salario mínimo: siempre están hablando de luchar por la clase media, pero hay 70 millones de americanos que están trabajando duro sin poder pagar el alquiler. Es un capitalismo quizás con una cara un poco más amigable, pero no vamos a ver muchos cambios”.
Carolina del Norte es uno de los siete estados clave porque las diferencias entre Harris y Trump son muy estrechas. Históricamente votó casi exclusivamente demócrata desde 1876 hasta 1964, momento en el que la ampliación de los derechos civiles a las personas afroamericanas fue explotada polítcamente por los conservadores sureños, que lograron hacerse con el estado desde entonces, salvo en el año 2008, cuando Barack Obama derrotó a John McCain por unos 14.000 votos (49,7% a 49,4%). A partir de ahí, en 2012 Mitt Romney se impuso a Obama por dos puntos; Donald Trump ganó por 3,6 puntos sobre Hillary Clinton en 2016 y volvió a hacerlo, por 1,3 puntos, sobre Joe Biden en 2020.
En estos momentos, las encuestas auguran una nueva victoria de Trump por 1,2 puntos: se llega a los últimos días con las elecciones muy ajustadas.
En un colegio electoral donde se puede votar de forma adelantada, el Lake Lynn Community Center en Raleigh (Carolina del Norte), hacen cola varias decenas de personas. Samantha Heller y Mike Murphy, del DSA, reparten información sobre un candidato municipal, y una candidata distrital. “No son candidatos respaldados por el Partido Demócrata”, explica Heller a las personas que hacen cola, “pero son los únicos que no aceptan dinero de los promotores inmobiliarios; es más, son los únicos que pagan un alquiler y no son propietarios”.
El DSA apoya algunos candidatos demócratas en estas elecciones, del mismo modo que el Partido Demócrata respalda algunos de sus candidatos, como Ocasio-Cortez, por ejemplo. Sin embargo, son críticos con la posición de Harris sobre Israel. “Nosotros aquí estamos más centrados en lograr representación para nuestros candidatos locales y en fortalecer la organización”, explica Murphy: “Nos preocupa la especulación inmobiliaria, el problema de la vivienda, los grandes promotores y que la Universidad de Duke pague los impuestos por sus propiedades [se cifran en 50 millones al año] que no paga por considerarse un centro sin ánimo de lucro, por ejemplo”.
Junto a Heller y Murphy hay varios representantes del resto de candidatos, como una mujer que reparte propaganda republicana y prefiere no ser grabada. “Rezamos para que gane Trump”, afirma. Una familia de migrantes ecuatorianos que acaba de votar defiende así al expresidente: “Esperemos que ganen los republicanos. Somos republicanos, por principios, por economía y porque Trump tiene más experiencia y es más fuerte. Nos gusta mucho”, dice David, el hijo. Alex, afroamericano, apuesta por los demócratas mientras hace cola: “Harris está en mejor posición para ser presidenta. Sabe lo que este país necesita para avanzar”.
“Tengo curiosidad por ver si las consecuencias del huracán Helene influyen en los resultados de las elecciones”, tercia Heller, quien es investigadora en el Programa Global de Investigación Alimentaria en la UNC-Chapel Hill: “La devastación es tan grave en muchas zonas que me pregunto si la afluencia a las urnas disminuirá porque muchas personas pueden estar más centradas en satisfacer sus necesidades inmediatas y en ayudar a su comunidad a limpiar y reconstruir, que a dedicar tiempo a averiguar si su colegio electoral sigue abierto y cómo llegarán hasta él”.
Heller explica que Carolina del Norte “ha establecido recursos para ayudar a los votantes afectados por Helene, pero puede que no sea una prioridad para ellos debido al alcance del desastre y los esfuerzos de limpieza”.
¿Y cómo puede afectar electoralmente? “La desinformación difundida por algunos dirigentes estatales sobre la respuesta del Gobierno federal es realmente preocupante”, prosigue Heller, “pero imagino que las mismas personas que se tragan esas conspiraciones ya habrían votado a candidatos de extrema derecha. Pero sigo temiendo que este tipo de polarización pueda profundizar la desconfianza en el Gobierno de la misma manera que ocurrió con la pandemia de la COVID-19 y disminuir la participación democrática, al mismo tiempo que aumenta el apoyo a la extrema derecha. Grupos como el DSA tienen ahora la oportunidad de proporcionar ayuda a las comunidades afectadas y llamar la atención sobre cómo el capitalismo alimenta estos desastres inducidos por el cambio climático”.
Carolina del Norte es precisamente donde el candidato republicano a gobernador, el afroamericano Mark Robinson, se definió a sí mismo como “nazi negro” y expresó su apoyo a la vuelta de la esclavitud en Estados Unidos en una serie de mensajes publicados hace una década en una web pornográfica y que fueron revelados por la CNN.
Muchos de sus comentarios eran de naturaleza sexual, aunque también hubo mensajes en los que se describía a sí mismo como “nazi negro” y defendía la restauración de la esclavitud. Aunque el verdadero motivo de la polémica reside en que sus opiniones en este foro sexual divergen de sus posiciones políticas en cuestiones clave para los comicios de este 5 de noviembre, como el aborto o los derechos de las personas trans.
Mark Robinson, que ha llegado a calificar de “puto comunista” a Martin Luther King en el foro, llegó a escribir en otro comentario: “No estoy en el Ku Kux Klan. No dejan entrar a los negros. ¡Si estuviera en el KKK me habrían llamado Martin Lucifer Koon!”
Robinson ha protagonizado varias polémicas por declaraciones controvertidas y goza del firme apoyo de Trump, quien lo ha apodado en varias ocasiones el “Martin Luther King con esteroides”, por su color de piel y su peso. De acuerdo con las encuestas, Robinson perderá ante el candidato demócrata, el fiscal general de Carolina del Norte, Josh Stein.
Mi cerebro tiene que hibernar para poder utilizar el resto que me queda y tratar de estar bien. Ahora voy hacia lo que menos conozco, voy a hacia mis hijos.
Hoy, treinta y uno de octubre, la primavera mueve las esporas de los árboles, ayudada por el viento. Un sol plomizo cae sobre la polis y empiezo a escribir mi última columna de este tiempo en elDiarioAR. Tengo tan pocas palabras que simplemente quiero agradecer a las compañeras y compañeros que editaron mis textos y a los lectores que me escribieron estando de acuerdo o no, mostrando interés. Cuando uno escribe, celebra cosas y ofende a muchos. Les pido perdón a todos los que ofendí.
Simplemente una parte de mi cerebro tiene que hibernar para poder utilizar el resto que me queda y tratar de estar bien. Y el trabajo siempre será colectivo y nunca individual. Ahora voy hacia lo que menos conozco, voy a hacia mis hijos.
Hace poco un hombre mayor, muy elegante, se me cruzó en Santiago del Estero, donde yo estaba invitado por una actividad cultural. Este hombre era moreno, tenía un traje marrón muy simpático y estaba peinándose su pelo negro y brilloso mientras yo me lavaba las manos después de una actividad duchampiana. El hombre me empezó a hablar y me costó mucho entenderlo, simplemente porque yo no estaba disponible para percibir esos momentos únicos de la vida que son asintácticos. Pero sus palabras calaron en mí y finalmente entendí con todo mi cuerpo lo que me había tratado de decir.
Si uno no está en estado de disponibilidad, los poemas pasan por todas partes y no los vemos, no los podemos capturar.
Hace muchos años, en Santiago de Chile, en la calle San Diego, encontré un libro hermoso de Enrique Lihn. Ha venido conmigo en la sucesivas mudanzas y quisiera terminar esta columna compartiendo un poema suyo que vuelve a mi corazón una y otra vez:
Porque escribí
Ahora, que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto;
no pude ser feliz, ello me fue negado
pero escribí.
Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo a mis pies.
Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
–¡Qué ilusión más perfecta! Como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria–.
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces.
De la vida tomé todas estas palabras
como un niño un oropel, guijarros junto al río;
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.
La especie de locura con la que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudaran
de mi existencia real
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí.
Y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
–allí, por un momento, siquiera, en esa altura–
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están bracéandose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en la que un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía.
Estuve enfermo, sin lugar a dudas,
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.
Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.
Pero escribí y me muero por mi cuenta,
Porque escribí porque escribí estoy vivo.
Fabián Casas se tomará un descanso de este espacio, Columna nómade. Volverá en el verano, con un formato renovado.
FC/DTC
En la era de las libertades, las personas parecen necesitar ser guiadas en la experiencia de vivir, también cuando se trata de encontrar pareja. Aquí una tesis sobre por qué hay quienes pierden el interés en el intento. Séptima entrega de la serie “Mala fama, ritmo y sustancia”, el sexo en la era postfeminista.
Consultoras de organización del hogar, coaches para gestionar equipos de trabajo, doulas que acompañan el embarazo, influencers que explican en tutoriales cómo vestirse bien, cocinar, maquillarse o arreglar un artefacto. En la era de mayor libertades y autonomías, las personas necesitan cada vez más ser guiadas por otras en la amplia experiencia de vivir y los vínculos románticos no escapan de esta marca de época.
Las apps de citas, que se ocupaban de unir personas como quien une puntos dispersos en un papel, encontraron su techo y ahora, en la oferta digital –además de propuestas que apuntan a recuperar el ritual de encontrar pareja cara a cara– aparecen aplicaciones como Timeleft que, a cambio del pago de una suscripción mensual, gestionan la reserva en un buen restaurant, garantizar que otras personas, con intereses y personalidades similares, salgan de su casa y asistan al encuentro.
Todos los miércoles a las 21 en la Ciudad de Buenos Aires, en algún restaurante, seis personas desconocidas de distintos sexos y orientaciones se reúnen alrededor de una mesa en una cita a ciegas grupal que propone Timeleft. De seguro saben, porque lo leyeron el día anterior en la aplicación que tienen descargada en sus teléfonos, que van a encontrarse con personas de Argentina y de otros países. También saben, porque se los advirtió la misma app, que asisten sin la presión romántica ni el mandato de hacer match con fines sexuales. “¡No somos una aplicación de citas! Sé abierto a lo que viene; no vengas con la idea de encontrar el amor. ¡La cena tiene mucho más que ofrecer!”, leyeron antes de venir. Esto es una “aventura social”. Nadie lo dice pero todos y todas están transitando la soltería. Nadie lo dice pero todos y todas están buscando pareja.
Sus creadores vieron una demanda, un nicho vacío y un problema a resolver en el que se enredan la soledad, la desconexión social y las dificultades para concretar citas. Hace unos días una usuaria de X disparó un comentario que se volvió viral: “Me gustaría saber a quién más le pasa que no tiene citas porque le da paja. Ayer una amiga me comentó que le pasa lo mismo, no estoy sola en esta”.
Esta serie de artículos empezó por tratar de responder al interrogante “¿por qué nadie está cogiendo?” quizás había una pregunta previa a esa en la que se anudaban las preguntas actuales alrededor del sexo, el deseo y el amor: ¿Por qué nos da fiaca tener citas? ¿por qué cuesta encontrarse? ¿es desinterés? ¿pura vagancia? ¿a quién le sirve? ¿qué dice la existencia de aplicaciones como Timeleft de esta época? Este artículo pretende ensayar algunas respuestas que se enlaza.
1. Fatiga de las citas
La periodista francesa Judith Duportail acuñó este término en su libro Dating Fatigue: Amours et solitudes dans les années (20)20. Hoy la oferta digital en el mercado del sexo y el amor es tan amplia que muchas personas terminan agotadas antes de concretar un encuentro.
La psicóloga Noelia Benedetto, especialista en sexología, salud mental y terapia de pareja explica que la “fatiga de decisiones o el agotamiento de las aplicaciones de citas, está relacionada con el cansancio que genera la cantidad exorbitante de opciones potenciales que se presentan como usuarios. Se comienza a percibir como una pérdida de tiempo, elegir y ser elegido en el imperio de la cultura de la imagen y una bio de dos renglones no es tarea fácil. Puede que recibamos destratos o indiferencias tecnológicas varias, con el ghosting a la cabeza”. Pareciera que las apps de citas se muerden su propia cola pero, en definitiva, hacen que las personas sigan así. Si consiguen pareja y se van no tendrían razón de ser. Es una época paradojal.
2. No hay tiempo, ni plata
En castellano Timeleft, el nombre de la aplicación que propone citas a ciegas grupales, puede traducirse a tiempo restante o tiempo retardado. El neoliberalismo y su máquina hiperproductividad son mucho más que un modelo económico, tallan las subjetividades y las formas en las que nos relacionamos con otras personas. Se vive para trabajar, ¿en qué lugar entra el deseo si muchas personas tienen hasta tres trabajos para llegar a fin de mes? Para tener una cita hay que tener tiempo para la seducción, para el intercambio, para abrirse a conocer otra persona y, por supuesto, para el encuentro.
A lo largo de la historia las luchas políticas giraron alrededor del tiempo: la jornada de trabajo, el reconocimiento de las vacaciones, el descanso y el ocio. Mientras en algunos países como Chile se discute la reducción de la jornada de trabajo, a nivel local aquí y ahora con despidos y recesión esa conversación parece una utopía.
A la disponibilidad se le suma el factor económico: si hay una porción de la población que se están endeudando para pagar el alquiler y los servicios, ¿qué resto de plata les queda para arriesgarse a una cita que es un salto de fe?
3. No hay margen para riesgos
Las crisis en el mundo en este momento son múltiples (económicas, políticas, ambientales, sociales, institucionales). No es únicamente fiaca o cansancio físico, es también miedo a lo incierto. Una cita es una hoja en blanco, un episodio de una serie sin guion, una puesta en escena que requiere improvisación y a la vez aprobación.
En estos tiempos se impone, como forma de supervivencia, aferrarse a lo seguro. Por eso la amistad aparece como una tabla de salvación. Hoy se hace apología del dispositivo amistad y tiene sentido: es una época de buscar refugio, es tiempo de afectos seguros. No hay margen para riesgos. No entra un problema más en la cotidianidad de las vidas precarizadas.
Pero no es solo por el momento multicrítico que atraviesa el mundo; la digitalización, el mandato de la transparencia y la vida que se mueve al ritmo de los algoritmos hace que sea insoportable la opacidad. La posibilidad de asumir riesgos frente a lo desconocido da terror y paraliza.
4. Las burbujas informativas encierran aún más
La digitalización de la existencia humana y el ritmo de la vida marcado por los algoritmos también hace que haya menos tolerancia a la alteridad: la interacción se da con perfiles de personalidad e ideológicos similares. Esto sumado al discurso mandatorio del “amor propio” que también apunta en esa misma dirección del repliegue del interés personal por encima de todo. Si el amor es una apuesta a un otro u otra, distinto, diferente, complementario, ¿cómo conocer a otras personas si no salimos de las zonas de confort virtuales que nos armamos?
“How Couples Meet and Stay Together (HCMST)” es un estudio extenso de la Universidad de Stanford que puso el foco sobre cómo se conocieron las parejas a lo largo de 94 años: en 1930 las respuestas y los porcentajes estaban repartidos entre familia, amistades, escuela, vecindario, iglesia, entre otros; para 2024 la opción “online” concentra un abrumador 60,76% que creció vertiginosamente en la última década. Habrá que aprender a hackear las burbujas de la calle online o “volver al pasto”, como vaticinan quienes estudian el futuro de la generación Z nativa digital.
5. Un ejército de solteros y solteras disponible para el capitalismo financiero digital
Una tesis de noche, más conspirativa: ¿a quién le sirve la soltería en el mundo? Al capitalismo financiero digital. Las subjetividades posmodernas se configuran cada vez más como datos que como humanidad. Los humanos que eran fuerza de trabajo ahora son datos. El aislamiento, la atomización y la polarización son funcionales a este régimen de acumulación al que transicionó el capitalismo industrial. El auge de las apuestas online pueden ser una expresión de esto.
Hace poco, la compañía de preservativos Tulipán lanzó una campaña que se volvió viral con el mensaje: “Teniendo sexo podemos reactivar la economía”. La publicidad planteaba una gran verdad: que las relaciones sexuales pueden incentivar el consumo de industrias claves como la gastronomía o la indumentaria y así despabilar la recesión. Sin embargo ese mensaje juega a la pulseada con otros mensajes: quedate en tu casa, paja, timba y tik-tok, un chatbot te puede escuchar y hacer compañía.
Los muros que se han levantado ya son demasiado altos. Tener ganas de tener citas y animarse a encontrarse para enamorarse es hoy en sí mismo –aunque suene cliché– un desvío, una pequeña revolución, un combustible para ampliar la imaginación, una anécdota nueva, una aventura futura.
MFA/DTC