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El pontífice argentino había reaparecido en los actos de esta Semana Santa, luego de varias semanas internado por una grave afección respiratoria. Fue la máxima autoridad de la Iglesia católica durante más de una década, tiempo en el que llevó a cabo reformas que encontraron resistencias entre los sectores más conservadores.
Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa jesuita, el primer pontífice argentino y latinoamericano, murió en Roma este lunes. El Pontífice se recuperaba de la neumonía bilateral que los médicos le detectaron después de que ingresara al Policlinico A. Gemelli el viernes 14 de febrero, aquejado de una bronquitis persistente. A sus 88 años, Francisco cumplió 12 años como jefe de la Iglesia católica el pasado 13 de marzo.
La infección respiratoria por la que fue hospitalizado, que repetía un cuadro similar sufrido dos años antes, fue complicándose con los días hasta desembocar en una neumonía que afectaba a los dos pulmones y que se vio agravada por los problemas de salud que llevaba tiempo arrastrando. A esto se sumaba que una grave infección ocurrida en su juventud había obligado a extirparle en 1969 parte del pulmón derecho, lo que podía afectar a su capacidad respiratoria. Parecía haberse recuperado, aunque con dificultad, e insistió en aparecer en algunos de los actos previstos para la Semana Santa. Una de sus últimas imágenes públicas fue durante la bendición Urbi et Orbi, poco después de reunirse con el vicepresidente de Estads Unidos, JD Vance.
El Papa fallece en mitad del Año Jubilar de la Esperanza, y en un momento de gran exposición pública, en el que había decidido posicionarse como líder global frente al discurso antiderechos de la segunda administración Donald Trump en Estados Unidos. De hecho, una de sus últimas decisiones fue enviar una carta a los obispos estadounidenses para que encabezaran la resistencia a las deportaciones masivas de migrantes que comenzaron a producirse en ese país por orden de la Casa Blanca.
La muerte de Francisco abre una crisis de difícil resolución en la Iglesia católica, sin candidatos claros a continuar su operación de reforma de la institución, y con un fuerte movimiento restauracionista, es decir, de retroceso. Las reformas emprendidas por Bergoglio en el Vaticano, como la búsqueda de transparencia y lucha contra la corrupción, la revisión del papel de las mujeres en la Iglesia o la acogida a las personas LGTBIQ+ o a los divorciados le valieron una fortísima oposición de los sectores ultraconservadores en el mundo y en el propio Vaticano.
A diferencia de lo sucedido con la muerte de Juan Pablo II –cuya agonía se vivió durante semanas, y fue sucedido por su relevo natural, Joseph Ratzinger– y del propio Benedicto XVI, quien renunció al cargo en una decisión histórica, pero que permitió algo de tiempo para que los cardenales pudieran ponerse de acuerdo antes de entrar en cónclave, en esta ocasión nadie esperaba el fallecimiento de Francisco, que muere dejando abiertas muchas incógnitas, y sin que haya consenso sobre su sucesor.
El argentino Jorge Bergoglio fue el primer pontífice latinoamericano y el primer jesuita en convertirse en la cabeza de una institución en la que se encontró con la resistencia de los sectores más conservadores.
Muere el papa Francisco a los 88 años
Eligió llamarse Francisco el 13 de marzo de 2013, pero había nacido Jorge Mario Bergoglio 76 años antes, el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en Buenos Aires. “Ustedes saben que el deber del cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo”, soltó el argentino a la multitud fervorosa agolpada frente al balcón papal. Esos dos detalles de su primer día al frente de la Iglesia católica, vistos a la distancia, marcaban ya la línea por la que caminaría su pontificado. Un nombre que remite a Francisco de Asís, el santo pobre, el amante de la naturaleza, y una broma que resumía la sorpresa de su elección y su excepcionalidad: el primer Papa latinoamericano, el primero jesuita. Un pontífice que llegaba desde el Sur global y conquistaba San Pietro con una sonrisa.
Se fue de la misma manera, a los 88 años. Bromeando casi hasta el último día sobre la impotencia de aquellos que le deseaban la muerte. Que no eran pocos. Algunos incluso lo hacían abiertamente, para “salvar” a la Iglesia de sus impulsos refromistas. Otros, más sibilinos, llevaban casi desde su nombramiento preparando el terreno para reemplazarlo por alguien en línea con el sector más conservador de una institución con casi 1.400 millones de creyentes, alrededor del 18% de la población mundial.
Durante sus casi 12 años de pontificado, Francisco promovió la reforma de la Curia Romana bajo la bandera de la lucha contra la corrupción y la falta de transparencia, dos grandes males que aquejaban a una Iglesia en progresiva desconexión con sus fieles. También impulsó una visión más inclusiva, abriendo las puertas a divorciados y personas LGTBIQ, y pensando un nuevo y más relevante papel para las mujeres. De hecho, uno de sus últimos nombramientos fue el de una monja, sor Raffaella Petrini, al frente de la Gobernación vaticana.
Encontró resistencia a cada uno de estos movimientos. Sus enemigos incluso intentaron utilizar a su antecesor, Benedicto XVI, que renunció al cargo pero siguió viviendo en el Vaticano, para frenarlo. No contaban con que Bergoglio venía de un país difícil, en el que no se nace con un pan bajo el brazo, pero sí con un plus de resistencia ante la adversidad.
Bergoglio creció en el seno de una familia de inmigrantes italianos, de clase media baja. Su padre, Mario, trabajaba en el ferrocarril mientras su madre, Regina, se hacía cargo de la casa y de criar a los cinco hijos. Jorge, el mayor de ellos, se entregó como cualquier niño a la pasión popular, el fútbol, y heredó de su padre los colores que iban a teñirla para siempre: los de San Lorenzo de Almagro. Como los amores de la infancia suelen ser irrenunciables, Francisco, el Papa, siguió siendo futbolero e hincha de su equipo a pesar de haberse convertido en un personaje universal. En 2023, el equipo le envió al Vaticano la equipación con la que iba a jugar el campeonato argentino, en la que destacaba un recordatorio por los 10 años de papado de su simpatizante más famoso.
Dicen que su sensibilidad especial por los más necesitados llegó incluso antes que su vocación religiosa. Se graduó de la escuela secundaria como téncnico químico y trabajó brevemente, pero a los 21 años decidió ingresar en el seminario de la Compañía de Jesús. Fue ordenado sacerdote en 1969. Aficionado a la literatura de Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Fiodor Dostoievski, durante algún tiempo ejerció también como profesor de Literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe y en el Colegio del Salvador en Buenos Aires.
Desde entonces realizó una larga carrera dentro de la orden jesuítica, de la cual llegó a ser provincial desde 1973 hasta 1979, durante la dictadura militar argentina. En 1998 fue nombrado arzobispo de Buenos Aires y, en 2001, cardenal. Desde su posición, abogó por una Iglesia austera, comprometida con la justicia social y cercana a los barrios más humildes de la capital argentina. Se convirtió en una figura clave dentro de la Iglesia latinoamericana y su nombre sonó en el cónclave para suceder a Juan Pablo II.
Francisco dejó clara desde el principio su idea de una Iglesia más simple y al servicio de los más necesitados, con gestos concretos como el lavado de pies a prisioneros y refugiados, su apoyo a los migrantes y su llamado a una “Iglesia en salida”. Su encíclica Laudato Si marcó un hito en la conciencia ecológica de la Iglesia, instando al mundo a cuidar la “casa común”.
Enfrentó resistencias dentro de la Iglesia por su apertura en temas como la pastoral para personas divorciadas y la comunidad LGBTQ+. También tuvo que lidiar con la crisis de los abusos sexuales, promoviendo medidas más estrictas contra la pederastia clerical. Medidas que no han sido siempre bien entendidas en el interior de la institución. Así, fueron famosas las ‘dubia’ de varios cardenales tras los pasos dados para permitir comulgar a los divorciados, que se multiplicaron con otra serie de temas, desde la convocatoria de un Sínodo en el que, por primera vez, las mujeres y los laicos tuvieron voz, y voto, la ordenación sacerdotal de mujeres o encíclicas como Fratelli Tutti, la primera dedicada no sólo a los fieles católicos, sino a toda la humanidad.
Junto a su liderazgo en la Iglesia, Francisco se convirtió en una voz moral en la escena global, con llamamientos claros contra la “tercera Guerra Mundial a pedazos”, que visibilizó en Ucrania o Gaza, su petición de desarme global, su lucha contra el hambre o la denuncia de las injusticias del capitalismo, lo que le valió el título de “Papa comunista”. En sus últimos momentos, Bergoglio se erigió como el mayor crítico de la política de deportaciones lanzada por Trump. Un papel que, tras su muerte, queda huérfano.
Con los años no me hice más ni menos católica, pero sí me di cuenta de que Francisco se convirtió en un enorme líder y un buen pastor para sus fieles. Gente que jamás hubiese imaginado que podría siquiera respetar a un Papa le tenía afecto. Me incluyo.
Una vez, o dos, lo vi cuando era arzobispo de Buenos Aires en el subte E yendo para la villa. No me caía bien entonces: Jorge Bergoglio tuvo posiciones cuestionables. Cuando lo anunciaron como Papa me asusté. Con los años no me hice más ni menos católica, pero sí me di cuenta de que se convirtió en un enorme líder y un buen pastor para sus fieles. Gente que jamás hubiese imaginado que podría siquiera respetar a un Papa le tenía afecto. Me incluyo.
Solo conozco las acciones más visibles de su pontificado, porque no me pasé estos años prestando atención: no soy religiosa. Pero me da mucha pena su muerte y me da orgullo que haya sido alguien como Francisco el primer papa de América Latina. Sé que estaba en contra de muchas cosas que me parecen elementales pero está bien, no le pido a la Iglesia que vaya en contra de su doctrina, es un capricho eso. Sí me acuerdo que su primera misa fuera de Roma fue en Lampedusa y habló de los migrantes, una situación que sigue igual y que permanece bastante afuera de la conversación pública.
Una vez, en Roma, en una heladería, se dieron cuenta de mi acento, gritaron “como el Santo Padre” y me regalaron un gelatto BENDECIDO. ¿Qué es esa pavada de ahora, de que hay que hablar del muerto y no de uno? ¿Cómo se hace eso? Esas son las necrológicas y las hacen los profesionales. Habrá muchos, espero, que puedan escribir sobre Francisco y dimensionar su figura. Lo normal es recordar lo personal, qué más vamos a hacer, y más aún en la despedida de un gran hombre. Me alegra por él y por los creyentes que haya podido dar la bendición de Pascua en la Plaza.
Una cosa que si me enseñó Francisco fue a bajar diez cambios con el anticlericalismo y ser tolerante con los demás, con su fe y sus contradicciones. Los agnósticos somos muy arrogantes y nos creemos por encima del barro humano, a veces. La foto que encabeza esta nota, de la Plaza San Pedro desierta en la pandemia, es mi favorita. Y ahora cónclave: qué días por delante. Espero que sea mejor que esa película horrenda que le gustó a todo el mundo.
Un gran abrazo a mis amigos católicos y a todos los que sentimos que el Papa era el poderoso más compasivo y con más criterio de este Occidente.
El fallecimiento de Francisco 'estrena' los rituales funerarios que aprobó el Papa en 2024: menos oropel y el entierro fuera del Vaticano, en la iglesia de Santa María la Mayor serán las claves del proceso que lleva al inicio del cónclave para elegir a su sucesor.
Muere el papa Francisco a los 88 años
El papa Francisco murió. El Vaticano ha entrado en sede vacante. En 15 o, como mucho, 20 días, debería comenzar el cónclave de cardenales para elegir nuevo sumo pontífice.
Hasta ese extra omnes que se pronunciará al tiempo que se cierra la capilla sixtina donde se hacen las votaciones, en el Vaticano se van a presenciar por primera vez unos nuevos rituales funerarios aprobados en abril de 2024. Tres estaciones hasta dar con el cuerpo de Bergoglio en el lugar de entierro que eligió: la basílica de Santa María la Mayor.
La primera estación: tiene lugar en la residencia del Papa después de que la muerte de Bergoglio sea certificada por el camarlengo –que habrá llamado antes tres veces por su nombre de pila al Papa en un ritual que dice que, al tiempo, golpea suavemente la frente con un martillo de plata–. La confirmación del óbito, según las nuevas reglas, tiene que hacerse en la capilla de la residencia del Papa (antes se hacía en su propia habitación).
Los nuevos rituales fúnebres, han afirmado en el Vaticano, están pensados para que sean más “el funeral de un pastor y discípulo de Cristo, no como una figura de poder mundano”. El cuerpo del Papa se mete en un ataúd en esa capilla para trasladarlo directamente a la basílica de de San Pedro. Antes se paraba en el palacio arzobispal.
La segunda estación: una vez en San Pedro, habrá, en principio, tres días para que los fieles católicos que quieran puedan pasar ante el ataúd. También es la primera vez en mucho tiempo que el cuerpo estará directamente metido en su caja de madera y no sobre un catafalco.
Después se cierra el ataúd y se celebra una misa, antes de enterrar al Papa muerto.
La tercera estación: el entierro. En esta ocasión va a haber un solo ataúd en lugar de los tres de ciprés, cinc y roble superpuestos utilizados hasta ahora. Como está previsto poder enterrar fuera de la basílica del Vaticano, Francisco ya dejó estipulado que quería terminar en Santa María la Mayor por tener, dijo, su imagen mariana “favorita”. El entierro fuera de la cripta de San Pedro será una novedad en más de un siglo.
Después del entierro comienza un periodo de nueve días de duelo llamados los novendiales durante los que se hacen nueve misas. Mientras tanto, los cardenales que van a participar en la elección tienen que estar viajando a Roma para iniciar el cónclave del que saldrá el nuevo Papa.
Jorge Mario Bergoglio fue el Papa inesperado, su elección provocó un cimbronazo en la Iglesia católica. Sus diferencias con Benedicto XVI y la peregrinación a Roma de los políticos locales. Murió hoy sin haber vuelto nunca más a su país.
En una de sus primeras apariciones públicas como Papa, Jorge Bergoglio fue interceptado por varios periodistas a la salida del Vaticano. Allí, le preguntaron qué le pedía a Dios. Entre los gritos de la multitud y un Papa un poco aturdido por la repentina fama mundial, alcanza contestar: “Que gane San Lorenzo”.
77 de 115. Con esos votos Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, se convirtió en la noche del 13 de marzo de 2013 en el Papa número 266, el Papa Francisco, el primero de América Latina, el primer jesuita, el primer argentino y, obviamente, el primer hincha de San Lorenzo en comandar la Iglesia católica. Murió este lunes, a los 88 años, sin haber vuelto nunca al país.
Es probable que cada argentino recuerde qué estaba haciendo esa tarde en que un hombre frágil y diminuto, de voz apenas audible, apareció en uno de los balcones del Vaticano, y pronunció la frase que pronto pasó a formar parte de nuestro vocabulario popular: “Habemus papam”. Una multitud escuchaba con atención en la Plaza San Pedro al cardenal Jean-Louis Tauran. Debía anunciar al sucesor de Benedicto XVI. Había incertidumbre y tres favoritos. Ninguno de ellos era el hombre nacido el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores. Siguieron algunas palabras más en latín. Mezcladas entre las declinaciones aparecieron las primeras pistas: “Georgium Marium”. Y entonces sí todo quedó patas para arriba porque la frase terminó bien claro: “Bergoglio”.
“¿Dijo Bergoglio?”, debe haber sido la pregunta más repetida ese día. Y no sólo en Argentina. El desconcierto fue mundial. Y mientras todos seguía preguntándose si el cardenal había dicho lo que dijo, la figura sonriente de Jorge Mario Bergoglio apareció vestida de un blanco inmaculado. Y si, era cierto, Argentina anotaba al primer Papa llegado desde este lado del Atlántico.
Lo de Jorge Bergoglio tenía aroma a hazaña argenta, otra medalla más para sumar a la avenida más larga del mundo, el dulce de leche, el tango, Gardel y Maradona. Para Messi hubo que esperar un poco más, pero para sumarle más fervor nacional al mes y medio Máxima Zorreguieta era coronada reina consorte de los Países Bajo. Desde ese 2013, Argentina tenía reina y Papa.
Lo cierto es que poco importaba si uno era católico o no, si la Iglesia caía bien o mal, o si, en definitiva, uno creía o no creía. Si el Papa es el representante de Dios en la tierra, desde ese 13 de marzo teníamos línea directa con él. Y todos, creyentes y no creyentes, empezamos a pedirle milagros.
Jorge Bergoglio llegó al Papado sin que nadie se lo esperara. Su elección fue atípica porque a diferencia de otros cónclaves, la renuncia repentina de Benedicto XVI no dio tiempo para lobbies. Hubo que encontrar un reemplazante en apenas un mes y, a pesar de haber quedado segundo detrás de Joseph Ratzinger en 2005, el argentino no estaba en la lista de los tres favoritos: el italiano Scola, al canadiense Ouellet y al brasileño Scherer.
Benedicto XVI había llegado al final de su papado sacudido por el escándalo de los Vatileaks, y una conducción conservadora de la Iglesia que se alejaba cada vez más de sus fieles. Las deliberaciones para encontrar a su sucesor comenzaron con cierto acuerdo en la necesidad de generar un cambio, de encontrar un Papa fuerte pero con un liderazgo más espiritual. Fue recién en el último día antes del cónclave que apareció el nombre de Bergoglio. El periodista irlandés Gerard O'Connell, autor del libro “La elección del papa Francisco: un relato íntimo del cónclave que cambió la Historia”, cuenta que al argentino le alcanzaron los tres minutos y medio de una charla ante los cardenales para convencerlos.
Bergoglio expresaba el cambio que buscaban: hablaba español como la mitad de los fieles, vivía en un sencillo departamento de la curia, cocinaba su propia comida, utilizaba transporte público y eran conocido por sus visitas a barrios populares y las misas en las villas. Desde 2007 había emergido como un líder latinoamericano por su participación en la conferencia de obispos de la región, la Celam. Sería el primer Papa que pertenecía a los jesuitas, una congregación con fuerte trabajo en lo social. Y tenía otro punto a favor, no mostraba intenciones de convertirse en Papa. Bergoglio llegó a Roma con pasaje de ida y vuelta y la homilía del jueves Santo lista para dar en la catedral de Buenos Aires.
En un reportaje con la BBC, O'Connell aseguró que “los cardenales se dieron cuenta de que en ese cónclave había tenido lugar un cambio de las proporciones de un terremoto en la Iglesia católica”.
Los cambios comenzaron desde ese instante en que hubo fumata blanca. “Queridos hermanos y hermanas, les agradezco muchísimo recibirme de esta forma. Ustedes saben que el deber del Cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo”, fue lo primero que dijo desde el balcón ante más de 10.000 personas que gritaban su nombre en la Plaza San Pedro.
Esa misma noche, el flamante Papa se negó a subirse al auto que le habían preparado especialmente y optó por compartir el micro con el resto de los cardenales. “Me voy con los muchachos”, dijo. Bergoglio se resistió a alojarse en el tradicional Palacio Apostólico y nunca abandonó su habitación en la residencia Santa Marta, la misma que lo vio llegar como arzobispo.
Si Ratzinger usaba zapatos rojos de cabrito no nato confeccionados a medida, el Papa argentino prefería sus acordonados negros y desgastados. Desechó los trajes de seda y eligió el algodón sin guardas doradas y con cortes más austeros.
En una carta que le envió a poco de asumir al padre Enrique Martínez, párroco de la Anunciación del Señor, en el barrio Cochangasta, de la diócesis de La Rioja, Bergoglio le contó sus primeros días como al frente del Vaticano: “Yo estoy bien y no he perdido la paz frente a un hecho totalmente sorpresivo, y esto lo considero un don de Dios. Procuro tener el mismo modo de ser y de actuar que tenía en Bs. As., porque, si a mi edad cambio, seguro que hago el ridículo”. La carta estaba escrita a mano y comenzaba diciendo “Querido Quique”.
El 18 de marzo, cinco días después de su asunción, se conoció la historia de Daniel Del Regno, el dueño del puesto de diarios de Hipólito Yrigoyen casi esquina Bolívar, frente a la Plaza de Mayo. “Hola, Daniel, habla el cardenal Jorge”, lo llamó el mismísimo Papa ese día a las 13:15, para pedirle que por favor no le lleve más el diario porque ya no iba estar en el arzobispado. Desde hacía años, Regno y su hijo se ocupaban de dejárselo debajo de la puerta. A fin de mes, Bergoglio pasaba en persona a pagar la cuenta y devolver las 30 banditas elásticas con que cada día le entregaban su ejemplar de La Nación.
Con el fervor por el Papa aparecieron los tours para conocer los lugares emblematicos de su vida: lo que queda de la casa natal, la Basílica San José de Flores donde decidió convertirse en sacerdote, la cancha de San Lorenzo, el E.N.E.T Nº 27 “Hipólito Yrigoyen” donde terminó la secundaria y la Catedral comenzaron a atraer católicos y turistas extranjeros que querian conocer la tierra del Papa que tomaba mate y disfrutaba como un chico cada vez que le acercaban una bandera del ciclón.
El arzobispo Bergoglio había llegado a Roma en medio de un clima hostil en Argentina. La relación con el kirchnerismo estaba en su peor momento. Los cuestionamientos por la pobreza y las críticas al “exhibicionismo y los anuncios estridentes de los gobernantes” que hacía desde el púlpito caían mal en un gobierno que no aceptaba las críticas. “Jefe espiritual de la oposición política”, lo llamaba Néstor Kirchner, quien en 2005, cansado de las homilías de Bergoglio, optó por no asistir más al tedeum en la Catedral de Buenos Aires.
El año anterior, durante la homilia del 25 de mayo en la Catedral, Bergoglio había pedido “no caer en el odio, la desorientación y la inmadurez” y “no bastardear o eliminar las instituciones”. En primera fila escuchaba el matrimonio Kirchner.
La situación empeoró en 2008 con la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner y la fallida resolución 125 que aplicaba nuevas retenciones al campo. Bergoglio se mostró con los productores agropecuarios y pidió al Gobierno un “gesto de grandeza”.
Pero el verdadero enojo del arzobispo llegó con la aprobación del matrimonio igualitario, en 2010. La nueva ley que otorgaba el derecho a casarse a las personas del mismo sexo mostraba a una Iglesia que no podía imponer de sus convicciones y veía en esa ley la puerta de entrada por la que luego comenzaron a colarse los primeros intentos por conseguir la interrupción voluntaria del embarazo. Bergoglio, al frente al arzobispado de Buenos Aires, tenía que mostrarse categórico en el rechazo. Y lo hizo. En una carta enviada a los monasterios, escribió: “Aquí también está la envida del Demonio, por la que entró el pecado en el mundo, que arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la tierra”, y sostuvo que la ley es “la pretensión destructiva al plan de Dios”.
La carta contrasta con la postura que luego tuvo como Papa, sobre todo en sus últimos años, pero muestra el clima en el que Bergoglio pasó a ser Francisco.
Bergoglio todavía no había asumido cuando a horas de su designación, entre las anécdotas del diariero y los zapatos negros, reapareció la denuncia que había hecho Horacio Verbitsky sobre su rol durante la dictadura militar. En una nota publicada en Página 12 en 1999, el periodista había acusado al cardenal de haber estado involucrado en el secuestro de los curas jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics quienes estaban a su cargo.
Bergoglio fue llamado a declarar pero como testigo el 8 de noviembre de 2010 en el marco de la causa Esma. La declaración duró casi cuatro horas y allí el entonces arzobispo de Buenos Aires reconoció haberse reunido en dos oportunidades con el exdictador Jorge Videla y su jefe de la marina, Emilio Massera, para pedir por los sacerdotes.
Después de cinco meses de secuestro y torturas, los curas fueron liberados. Bergoglio no supo qué responder cuando le preguntaron porqué nunca había contado los encuentros con los represores. Pero lo cierto es que nunca fue imputado, y el propio Verbitsky puso en duda la veracidad de la denuncia.
Pero un Papa argentino puede ser razón suficiente para apaciguar enojos. Y así lo entendió Cristina Fernández quien en un veloz giro tomó un avión hacia Roma y con un equipo matero de regalo llegó a tiempo para participar de la ceremonia de asunción de Francisco.
Cristina abría así una nueva escala obligada de la dirigencia vernácula, la peregrinación a Roma. Desde que Bergoglio fue Francisco, todo dirigente/candidato que se precie de tal debía tener al menos una foto con el Santo Padre. A pesar de no haber vuelto a Argentina, Bergoglio siguió manejando a la distancia su injerencia en la política local. De alguna manera, la forma en que administraba los minutos, los gestos que entregaba en las fotos, a quien llamaba o dejaba de llamar, a quien enviaba un rosario o hacía un llamado terminaron siendo su manera de estar presente. Frente a los siete encuentros que tuvo con Cristina Fernández de Kirchner a Mauricio Macri le concedió solo dos audiencias, la primera de apenas 22 minutos y con una foto en la que el dato más significativo fue su gesto serio.
Recibió también a Javier Milei y su hermana Karina y, al menos que se haya trascendido, nada le reprochó al presidente argentino haberle dicho “imbécil” y “representante del maligno” cuando este era panelista de TV. Pero Bergoglio sabía como manejar sus gestos. El mismo día que recibió a la ministra de Desarrollo Humano, Sandra Pettovello, también se reunió con toda la cúpula de la CGT. Y si a la funcionaria le concedió una reunión informal a la imagen con los representantes de los trabajadores fue difundida por los canales oficiales del Vaticano.
El 20 de septiembre de 2024, durante un encuentro con movimientos sociales junto a su amigo Juan Grabois, criticó la represión policial durante una protesta contra la reforma jubilatoria: “En vez de pagar justicia social, pagó el gas pimienta”. No olvidó tampoco enviarle un rosario a Milagro Salas ni fotografiarse con una bandera de Aerolineas Argentinas. Y si los diputados del oficialismo visitaban represores en la carcel, en Roma, el Papa visitaba a sor Geneviève Jeanningros, sobrina de Léonie Duquet, víctima del grupo de tareas de Alfredo Astiz.
Bergoglio no regresó a la Argentina pero sabía cómo estar presente.
El Papa Francisco incomodaba. A poco de asumir, Bergoglio convocó a la Jornada Mundial de la Juventud que se desarrolló en Río de Janeiro en julio de 2013. Se calcula que 4 millones de jóvenes de todo el mundo llegaron a Brasil para escucharlo. En uno de sus discursos más emblemáticos, y donde comenzó a mostrar el tipo de liderazgo quería ejercer, el Papa argentino dijo: “¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá dentro va a haber lío... va a haber, que acá en Río va a haber lío... va a haber, pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos, las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir, si no salen se convierten en una ONG ¡y la Iglesia no puede ser una ONG!”
Frente a un Benedicto XVI que alentaba el regreso a la misa en latín, Bergoglio llamaba a los jóvenes a hacer lío.
Con los años pareció volverse cada más intolerante a la intolerancia rompiendo la idea de que la vejez vuelve más rígidas a las personas. El Papa Francisco de sus últimos años contrasta con el de carta que criticó al matrimonio igualitario. En diciembre de 2023, un documento elaborado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, a cargo del cardenal Víctor Manuel “Tucho” Fernández, uno de los hombres de mayor confianza del Papa, autorizó a los sacerdotes a bendecir las parejas del mismo sexo. La medida resultó revolucionaria para los canones de la Iglesia, tanto que el propio Francisco tuvo que salir a defenderla: “Nadie se escandaliza si doy mi bendición a un hombre de negocios que explota a la gente, lo cual es un pecado muy grave. Pero se escandalizan si se las doy a un homosexual”, dijo en un reporjate a la revista italiana Credere y sentenció: “Esto es hipocresía”.
En enero de 2025, en un repoportaje con motivo del lanzamiento de su autobiografía, Francisco tampoco tuvo reparos en cuestionar las operaciones militares de Israel sobre Gaza. “Eso también es terrorismo. La guerra que mata a civiles indefensos y desarmados, incluso a voluntarios de Cáritas que distribuyen ayuda humanitaria, que atormenta sin tregua a los civiles, que reduce al hambre a la población produce el mismo terror insensato”.
En ese mismo reportaje insistió con su postura sobre la población LGBT: “La homosexualidad no es un crimen, es un hecho humano, por lo que la Iglesia y los cristianos no pueden permanecer indolentes ante esta criminal injusticia, ni ser pusilánimes”.
Jorge Bergoglio se plantó en posiciones que incomodaban a su propia Iglesia y se ganó el odio de los sectores ultraconservadores que vieron en él un enemigo. Pero a pesar de varios avances para intentar frenar los abusos sexuales por parte de sacerdotes, lo cierto es que esa quedó como una cuenta pendiente. Se crearon protocolos y comisiones, se tomaron medidas ejemplificadoras, como la que permtió que el cardenal Philippe Barbari fuera juzgado por encubrimiento en Francia, pero lo cierto que ninguna de esas medidas resultó suficiente para atender los reclamos de las víctimas y parecieron simples paliativos frente al drama de los abusos.
El Vaticano sigue ocultando las investigaciones sobre abusos que están en su poder, a pesar de que muchas víctimas pidieron tener acceso a esa información que los involucra directamente y la intrincada red que permite el ocultamiento de los pederastas sigue intacta.
“Recen por mi” fue la frase que acuñó Jorge Bergoglio esa noche desde el balcón central de la Basílica de San Pedro cuando se convirtió en Papa. Diez años después, ya sobre el final de su papado, empezó a agregarle una aclaración. Lo hacía en tono de broma pero mostraba el encono que había ido cosechando a lo largo de los años entre esos sectores conservadores que miraban con desconfianza su liderazgo. “A favor y no en contra”, fue el agregado.
El mismo Bergoglio contó que lo hizo luego de que una mujer muy mayor le dijo que todos los días rezaba por él. A lo que le preguntó si era a favor o en contra. Señalando el Vaticano, la mujer le respondió: “Cuidado, Padre, allí dentro rezan en contra de usted”.
Jorge Mario Bergoglio, el hijo de Mario José y Regina María nacido en el barrio de Flores, el cura de los zapatos negros que viajaba en la línea A de subte, el Papa cuervo que tomaba mate y llamaba a los jóvenes a hacerle lío murió hoy a los 88 años. Aquí, en esta parte del mundo, ya no tenemos más línea directa con el cielo.
MG/MC